Capítulo 29

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—¡Rani, no lo hagas! —gritó Prilla.

¿Alas de hada? Kyto estaba muy entusiasmado. Con un par de alas de hada su botín sería único.

—Déjamelas ver —dijo Kyto.

—¡No, no te las vamos a dar! —gritó Prilla.

Y Kyto se aprestó para lanzar otra bola de fuego.

—Cállate, Prilla —dijo Rani, y luego, dirigiéndose a Kyto, agregó—: No te las voy a mostrar ya mismo, pero si quieres te cuento algo sobre ellas.

Sería un final magnífico para sus alas, en el caso de que terminarán siendo el par de alas que habían salvado a Madre Paloma. Entonces Rani las describió.

Kyto escuchó el relato con avidez.

Alas de verdad de un hada de verdad que nunca más podría volver a volar en su vida.

Kyto, sin embargo, insistió en verlas primero. Rani se negó. Le daría, para
empezar, la boquilla doble y luego, una vez soldara el huevo, le daría la peineta y las alas.

Kyto sonrió para adentro. Las hadas eran demasiado confiadas. Él, en su lugar, se hubiera asegurado de que Madre Paloma estuviera bien antes de entregar la última prenda.

Prilla y Rani arrastraron la boquilla hasta la cueva y salieron disparadas.
Kyto tanteó la boquilla con una de sus garras. Luego la acarició con la mejilla. Y la olisqueó y la lamió. Deseó que las hadas lo dejaran en paz un par de horas, solo con su boquilla.

Pero Prilla, entretanto, lo que hizo fue acercar el huevo. La pálida cáscara azul estaba cubierta de manchas negras irregulares. Los dos pedazos más pequeños metidos dentro del más grande. Y encima de todo, las cenizas que habían sido la clara y la yema del huevo.

Prilla corrió de vuelta al borde del saliente de la cueva y allí se detuvo, al lado de Rani, a observar. Kyto exhaló una llamarada dorada que chasqueaba lanzando chispas
al aire. A través de la llama, las hadas alcanzaban a ver la cáscara del huevo, que no cambiaba para nada.
Kyto se tragó su lengua de fuego.

—Esto está resultando más difícil de lo que yo esperaba —dijo, con el ceño
fruncido—. Vamos a ver si soy capaz de hacerlo.

Pero por dentro estaba muerto de la risa. Los dragones, como sabrás, son muy fanfarrones y estaba encantado con su espectáculo.

Prilla estaba a apunto de emprenderla contra el mismo huevo, decirle que era su última oportunidad, ¿no podía, por tanto, colaborar un poco?

Ahora Kyto sopló una llamarada de un rojo frambuesa, brillante como un tomate.

La llama crujió y crepitó envolviendo por encima y por dentro la cáscara del huevo que permanecía tercamente roto.

Rani se secó su humedecida cara.

¿Habría sacrificado sus alas en vano?
Kyto le bajó lentamente el fuego a su llama y dijo:
—Bueno, señoritas, voy a hacer un último intento.

Lanzó ahora una llama de un azul oscuro y profundo como la noche que producía diminutos relámpagos. Una ráfaga de viento caliente cruzó la saliente de piedra. Rani y Prilla se arrojaron al suelo. Vidia se agachó.

 Vidia se agachó

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El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora