Capítulo 16

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Pero la reina Clarion no iba a dejar salir a ninguna de las expedicionarias sin antes dormir un par de horas y darse una buena cena.

Rani soñó su sueño recurrente, el de nadar: sus alas se transformaban en aletas, sus pulmones en agallas. Miles de peces nadaban en círculos a su alrededor. Las sirenas se unían a su fiesta y tras horas de parranda y jolgorio, ella, Rani, ascendía del
fondo del mar, arriba, arriba hasta salir del agua, momento en el que sus aletas se convertían de nuevo en alas y entonces volaba sobre el mar, un vuelo tan tonificante como antes había sido su zambullida.

Y se despertó llorando. Jamás nadaría, jamás entraría al reino del mar. Una vezbque secó sus lágrimas, se puso su vestido de seis bolsillos y en cada uno de ellos metió una hoja-pañuelo.

Vidia, en su casa, un viejo árbol de ciruelo que daba frutas amargas, soñó que cruzaba al vuelo una nube de polvillos de estrella. Al despertar, abrió los siete cerrojos que protegían la caja fuerte oculta bajo su cama y sacó la bolsita donde tenía guardado el poco polvillo fresco que aún le quedaba. Colgó la bolsa del cinturón y
luego la metió debajo de la falda para que no se notara el bulto.

Los sueños de Prilla, como ya era costumbre, la llevaron a un paseo por los sueños de los niños humanos

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Los sueños de Prilla, como ya era costumbre, la llevaron a un paseo por los sueños de los niños humanos. El último sueño —uno muy dulce que tuvo lugar en una tienda de caramelos y golosinas— se le quedó pegado al alma y tuvo que hacer
esfuerzos para recordar en dónde estaba.

¡Ah, claro! ¡La expedición! El gran empeño conjunto con el propósito de
restaurar el huevo y su propia búsqueda para descubrir su talento.

Saltó de la cama y
se vistió de prisa. Esperaba que sus cordones de espagueti no resultaran demasiado endebles para las jornadas que se avecinaban.

Prendió al cuello, con un alfiler, una pequeña muestra del material de su Vestido de Bienvenida, simplemente para tener consigo algo que le fuera familiar. Le hubiera gustado tener un animal de peluche o una muñeca para que le hiciera compañía. Pero
tales cosas no existían en el País de Nunca Jamás.

El equipo de la expedición cenó en compañía de la Reina Tinkerbell, en la sala de té.

Les dieron cabezas de champiñones rellenas con puré de semillas de sésamo, el primer plato cocinado en aquella cocina sin la ayuda de polvillos de estrella. Los hongos estaban un poco crudos y el puré pasado de sal, pero de eso sólo se percató Vidia.

Ya había caído la noche y Prilla pudo ver una luna llena a través de la ventana del salón de té.

Entonces, Vidia preguntó:
—Ree, mi amor, ¿cómo vamos a llevar el huevo roto de…?

—¿… un lugar a otro? —remató Rani, reprochándose no haber pensado antes en ello, y agregó—: ¿Y qué me dicen sobre las otras cosas que queremos llevar en prenda?

Tanto la boquilla como la peineta iban a resultar muy pesadas para cargar.
Al respecto, Clarion dijo que les tendría listo el huevo en el Círculo Encantado.

El País de Nunca Jamás y el secreto de las hadas  1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora