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3 de Julio, 2024.

3 de Julio, 2024

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Mi rostro estaba pegado a la almohada, no podía moverme a causa de la presión de la mano de Enzo sobre mi nuca

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Mi rostro estaba pegado a la almohada, no podía moverme a causa de la presión de la mano de Enzo sobre mi nuca. Mis manos agarraban con fuerza la sábana mientras mis caderas estaban elevadas, lo suficiente para que Enzo pueda cogerme en esa posición.

—Anoche te dije que te iba a romper el orto, y planeo hacerlo, Macarena.— me hablaba con tanto odio, pero en ningún momento paró de penetrarme tan rápido, pegándome constantemente en mi punto de placer, teniendome ida por el placer.

—Me due...len las rodillas.—traté de hablar entre gemidos. Hace como diez minutos me tenía en esa posición, sin ser capaz de frenar. Ya me había hecho acabar dos veces.

—Estás re entregada. No sabes lo rojo que está tu orto.— me dió una palmada en seco sobre uno de mis glúteos; lloriquee porque tenía la zona muy sensible.— llora, dale que me gusta escucharte.

Su agarre en mi nuca no aflojaba. Las estocadas comenzaron a disminuir ante mi tercer orgasmo. Me sentía tan débil y sensible, no podía mover mi cuerpo.

—Enzo, ayudame.— balbucee, tratando de acostarme, pero él me lo impidió y comenzó a toquetearme todo el culo.

—No terminamos eh.— todos mis sentidos se pusieron alerta en el momento que Enzo rozaba dos de sus dedos contra mi entrada.

—No, Enzo. Yo nunca....— no me dejó terminar de hablar porque volvió a pegarme una nalgada, logrando un gemido de mi parte. Me retorcí para poder alejarme de su tacto, pero él me sujetó fuertemente de la cintura.

—Portate bien, dale.— su voz ronca me ponía la piel de gallina. No podía creer lo que me estaba provocando Enzo. Sentí como su saliva caía sobre mi entrada y luego sus dedos jugar con ella, estimulándola. Su gran mano sacó mi pelo de mi rostro, para poder observarme. — ¿Te la vas a bancar?

—Me va a doler.— susurré por lo bajo, cansada físicamente pero con ansias de tener a Enzo dentro de mi. Podía sentir su miembro pesado contra los pliegues de mis glúteos. No había obtenido su orgasmo aún.

—Si te gusta el dolor, trolita.— me dijo para luego hundir uno de sus dedos en mi. Mi mueca de dolor se hizo presente, mordí mi labio para ahogar las ganas de llorar.

A los minutos ya me estaba acostumbrando a la intromisión de los dedos de Enzo. El dolor seguía pero el placer iba ganándose un lugar entre mis gemidos. Escuché al morocho renegar, giré apenas mi cabeza y observe como puteaba mientras se sacaba el condón.

—Quiero acabar adentro.— me dijo antes de que pueda preguntarle, asentí sin problema y al instante sus dedos abandonaron mi entrada, pero fueron reemplazados por su miembro, ejerciendo presión. Me incorporé del dolor, negando con la cabeza.— Aguanta, hermosa.

Mis lágrimas caían por mis mejillas, Enzo había logrado entrar totalmente. Mi respiración a igual que la suya era pesada, me costaba conseguir aire.

—Dios, me apretas tan bien, hija de puta.— comenzó a moverse lentamente, obteniendo quejidos de mi parte. Duele muchísimo, pero sus caricias me aliviaban un poco.

—Más rápido, amor.— supliqué llorando por la mezcla de placer y dolor. Luego de minutos, se atrevió a dar estocadas profundas y rápidas, dejándome totalmente inmóvil y con los gemidos a mil.

Mi habitación estaba inundada por gritos míos, jadeos pesados de Enzo y el ruido de nuestras pieles chocando. Por la manera en que se movía, sabía que estaba cerca de su orgasmo. No tardó en acabar adentro mío, ni mucho menos en salir para ver como su semen se escurría.

—Con esto ya nos unimos en matrimonio.— dijo luego de minutos en silencio. Me ayudó a girar sobre mi cuerpo, quedando boca arriba, observándolo todo sudado.

—Ay Dios.— tapé mi cara con mis manos por la vergüenza, pero él se encargó de sacar mi manos y limpiar todo el rimel que se había corrido.

—Sos hermosa.— sus labios se adueñaron de los míos, pero nos vimos en la obligación de separarnos porque sonó la puerta de mi habitación.

¿No se habían ido los chicos?

—Maca, soy mamá. Entré porque vi tu auto afuera.

Con Enzo nos miramos. Saqué de un empujón su cuerpo sobre el mío. Cuando me levanté de la cama para ir a buscar mi ropa, mis piernas fallaron y caí en seco al piso. La risa de Enzo se escuchó inmediatamente, pero corrió a ayudarme.

—Ya voy, ma.— grité y luego lloriquee en silencio por los dolores de cuerpo.— te mataría, Enzo.

—Lo hubieses hecho antes, ah no, cierto que estabas entregadisima.— lo miré mal pero él para aliviar la situación me besó.








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Con mucho amor,
Josefina.

Daylight. ENZO FERNANDEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora