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No puedo creer el tremendo salón que alquilaron mis viejos. Encima tienen como cuatrocientos invitados, ¿de dónde conocen tanta gente?.

A lo lejos pude observar a mi papá saludando a algunos jugadores de la selección. ¿Lo único que odio de la fiesta? claramente la invitación a Mac Allister. Pero Cami parece que no afectarle la presencia de su ex con su actual. Esa mina, me da una bronca.

—Cambia de cara. No me molesta que esté acá.— me dice Cami, pero me siento culpable.

—Es que es incómodo.

—Ya pasó mucho tiempo, ya lo superé.

—Si te llega a decir algo la pelotuda esa me lo decis, la echo al toque.

—Tranquila.— se que se ríe de lo enojada que estoy, ya pasaron los años pero la bronca nunca se va.

—Cami, te la robo.— dice Enzo, jalándome de la mano, para sacarme del salón.

—¿A dónde vamos?.— pregunté desconcertada.

—A cualquier lado donde pueda cogerte.

—Enzo, no. Estamos en la fiesta de mis papás.

—Dale amor.— encontró una especie de cuarto de limpieza. Nos encerró ahí y comenzó a sacarse el saco. Se había puesto un traje hermoso, encima todo negro, hasta la camisa. Dios, no puede ser, no tiene explicación la belleza de este hombre.

Sus manos me agarraron de la cintura, dándome vuelta y dejándome apoyada a la pared. Me levantó el vestido y me corrió la tanga para un lado, no tardó ni diez segundos en adentrarse a mi, lo hizo de un movimiento, profundo y fuerte, provocándome un grito.

—No seas bruto, por favor.— ya estaba sensible por hoy a la mañana.

—Si te encanta. Mas cuando estás sensible, parece como si te estuviese rompiendo toda.— Dejó sus palabras a un lado y empezó a penetrarme rápido, entrando y saliendo de mi con una velocidad que me hacía gemir sin parar. Su mano me apretaba fuertemente uno de los glúteos, y de vez en cuando, soltaba fuertes golpes, dejándome la piel roja.

—No, por favor.— rogué lloriqueando cuando se frenó de golpe para darme vuelta y subirme a upa. Conectamos nuestras miradas mientras él volvía a introducirse en mi, haciéndome sonreír.

—Pendeja hermosa. Como te gusta que te coja.— asentí mientras jadeaba por la velocidad en la que su miembro me llenaba por completo, lágrimas caían de mis mejillas por los roces dolorosos pero placenteros.

En un momento ya no podía resistir más el dolor. Toda mi zona estaba sensible, a la vez que mi orgasmo se hacía presente.

—Me está doliendo, Enzo.— le avisé para que regularice la velocidad, pero él estaba deseoso con verme temblando y llorando para él.— Para, por favor.— mis piernas perdieron la fuerza y ese fue el momento donde comenzaron a temblar.—ENZO.

—¿Puedo?.— me preguntó y yo asentí, para que pueda liberarse dentro de mi.

Las embestidas de Enzo parecían torpes, pero él estaba su mirada sobre la mía, dándome las últimas estocadas antes de acabar dentro de mi.

Nos quedamos en la misma posición por unos minutos, para recuperar la respiración

—¿Te dolió mucho?.— preguntó cortando el silencio.

—Maso, pero me gusta.— le respondí cuando me ayudó a bajarme.

—Lo sé.—me dijo con una sonrisa canchera. Del bolsillo de su saco sacó un pañuelo y me ayudó a limpiarme, antes de acomodarme la tanga y el vestido.

—Gracias.—dije avergonzada.

—Estás roja.— se ríe de mi y eso me provoca ganas de pegarle.— es normal, tonta.

—Ya sé, solo que me da un poco de vergüenza.— trato de evitar su mirada.

—El otro día te tragaste...

—Callate, Enzo.— chillé.

Su risa resonó por el cuarto. Cuando se le pasó el ataque de risa, salimos del cuarto, arreglados y sin levantar sospechas.

—¿De dónde vienen, asquerosos?.— nos asustó la voz de Ota.

—La acompañé a Maca al baño.

—Mmmmm, no lo sé eh.— se ríe Ota y yo muero de la vergüenza, así que me vuelvo para el salón.

Mis viejos bailaban felizmente canciones de los palmeras. Ojalá tener una relación tan hermosa y sana como las de ellos.

Unas manos bastante conocidas me rodearon por la cintura. Yo apoyé mi cabeza en su hombro, y él me besó la mejilla.

—Me olvidé de mencionar lo linda que estás.

—Estabas muy ocupado seguramente.

—Si, llenándote de leche.

—Sos un ordinario.— rodeé mis ojos pero no me alejé de su lado.

—Bien que antes no te quejabas.— me habla cerca del oído, poniéndome la piel de gallina.

—Y no.

—¿Te pinta un rapidín en el baño?.

—¿No podes esperar a que lleguemos al depto?.

—No. Falta una banda.— se quejó como una nene de diez años.

—Tendrás que esperar.

—HIJA, VENI.— me llamó mi papá, invitándome a bailar un cuarteto.

Bailar con mi papá es la mejor sensación del mundo.

—EAAAAA, MUEVA MUEVA.— mi vista se dirigió a Licha, quien bailaba con mi bisabuela.

—No perdona una tu amigo.— me dice mi papá y ambos nos reímos.























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con mucho amor
Josefina.

Daylight. ENZO FERNANDEZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora