La Tierra Media, de esplendor inconmensurable, árboles con hojas color verde oscuro, otros con hojas verde tierno se mecen al compás de la brisa, la tierra debajo de estos se moteaba de la sombra de las temblorosas hojas. Las flores amarillas, brota...
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Los relámpagos centelleaban aún a la distancia entre las montañas del sur. Un viento inclemente soplaba otra vez desde el norte. Las nubes se abrían y se dispersaban, y aparecieron las estrellas; y por encima de las colinas que bordeaban el Valle del Bosque la luna surcó el cielo. Stella descansaba sobre el muro de piedra, sus pies descolgados hacia fuera, junto a ella Legolas y Gimli.
Habían marchado hacia el abismo de Helm en cuanto ella despertó, era una batalla inevitable, el enemigo quería apoderarse de Edoras, y debían detenerlo. La batalla se acercaba de nuevo, habían combatido ya por dos días, el enemigo iba y venía, se retiraba y regresaba. Su mano y la de Legolas se encontraron sobre frío muro donde estaban sentados, ninguno intercambio palabra o mirada, solo estaban allí tomados de la mano.
—¡Dos! —dijo Gimli acariciando el hacha. Había regresado a su puesto en el muro donde estaban Legolas y Stella.
—¿Dos? —dijo Legolas— Yo he hecho más que eso, aunque ahora tenga que buscar a tientas las flechas malgastadas; me he quedado sin ninguna. De todos modos, estimo en mi haber por lo menos veinte. Pero son sólo unas pocas hojas en todo un bosque.
— Yo cuento al menos veintiuno — dijo Stella con una sonrisa.
Gimli abrió los ojos sorprendido:
— No cuenta — dijo Gimli — estas usando tu magia.
— Y tú estas usando tu hacha — dijo Stella en respuesta.
— ¡Hacha dice! — dijo Gimli riendo — Yo uso mis músculos, aun sin hacha puedo matarlos, uno a uno.
— Mi magia es parte de mi, como Legolas es elfo y tu enano — respondió ella — Es una habilidad.
— Debes admitir que es un método eficiente el quemarlos — dijo Legolas con una sonrisa.
— ¿¡Qué veo!? — dijo Gimli con falsa voz de sorpresa mirando a ambos — Dos contra uno, eso es injusto.
Los tres rieron y se disponían a seguir hablando cuando de pronto un clamor llegó desde atrás, desde el Abismo. Los orcos se habían escabullido como ratas hacia el canal. Allí, al amparo de los peñascos, habían esperado a que el ataque creciera y que la mayoría de los defensores estuviese en lo alto del muro. En ese momento cayeron sobre ellos. Ya algunos se habían arrojado a la garganta del Abismo y estaban entre los caballos, luchando con los guardias.
Stella descendió con ellos, dispuesta a batallar hasta el final, si este seria su mundo para siempre, y podía hacer algo por vivir mejor en él, lo haría. Los orcos estaban por todas partes, Stella se valía de su espada y de su báculo para bloquearlos y utilizar magia en ellos.
Lanzaba una llamarada de fuego como parte de su ataque con la que lograba espantar y matar a muchos orcos, era un método eficiente, pero que no podía utilizar mucho, pues sus poderes le drenaban energía y el blandir la espada día y noche sin mucho sueño era desgastador.
