La Tierra Media, de esplendor inconmensurable, árboles con hojas color verde oscuro, otros con hojas verde tierno se mecen al compás de la brisa, la tierra debajo de estos se moteaba de la sombra de las temblorosas hojas. Las flores amarillas, brota...
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Minas Tirith dejó deslumbrada a Stella, era muy parecida a aquella mostrada en las películas o eso le decía su imaginación ya desgastada pues no recordaba con claridad. La arquitectura de Minas Tirith era tal que la ciudad estaba construida en siete niveles, cada uno de ellos excavado en la colina y rodeado de un muro; y en cada muro había una puerta. Pero estas puertas no se sucedían en una línea recta: la Gran Puerta del Muro de la Ciudad se abría en el extremo oriental del circuito, pero la siguiente miraba casi al sur, y la tercera al norte y así sucesivamente, hacia uno y otro lado, siempre en ascenso, de modo que la ruta pavimentada que subía a la ciudadela giraba primero en un sentido, luego en el otro a través de la cara de la colina. Y cada vez que cruzaba la línea de la Gran Puerta corría por un túnel abovedado, penetrando en un vasto espolón de roca, un enorme contrafuerte que dividía en dos todos los círculos de la Ciudad, con excepción del primero.
Stella tuvo que pasar una larga revisión y exhaustivo cuestionamiento de los guardias, intentó no culparlos, hacían su trabajo, y a fin de cuentas no muchos sabían de su posición como parte del Concilio y de la Orden, había sido nombrada oficialmente por Gandalf antes de partir y el mago le había dado un papel con unas pocas palabras y un sello mágico en el que aseveraba tal afirmación.
— Cuida tus palabras ante Denethor, Peregrin Tuk, a diferencia de Théoden, Denethor no es muy bondadoso. — dijo Stella cuando ambos doblaron por un pasillo en dirección a la sala del trono — Tampoco menciones a Aragorn a no ser que te veas obligado, limítate de llamarme Stella ante su presencia.
— ¿Trancos? ¿Por qué no puedo mencionarlo? — preguntó Pippin en voz baja —Tenía la intención de venir aquí ¿no? De todos modos, no tardará en llegar.
— Quizá, pero no nos corresponde anunciar su llegada — respondió Stella.
— Aún no entiendo — murmuró Pippin, sus palabras no pasaron desapercibidas por ella.
Stella suspiró exasperada:
—Escucha, Pippin, no tengo tiempo ahora de enseñarte la historia de Gondor; aunque sería preferible que tú mismo hubieras aprendido algo en los tiempos en que retozabas en los bosques de la Comarca. No es prudente cuando vienes a darle a un poderoso señor la noticia de la muerte de su heredero, hablarle en demasía de la llegada de aquel que puede reivindicar derechos sobre el trono. ¿Te alcanza con esto?
—¿Derechos sobre el trono? —dijo Pippin, estupefacto.
—Sí —dijo Stella — Si has estado estos días con los ojos y mente tapados ¡es hora de que despiertes!
Habían llegado a la sala del trono. Stella llamó a la puerta.
El hombre dentro de la oscura sala no levantó la vista ante la llegada de ambos. Stella y Pippin atravesaron el largo salón hasta detenerse a tres pasos del escabel en que el anciano apoyaba los pies.
