La ruptura del Velo: El Sendero hacia lo anómalo.

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|◁ II ▷|

"Abandonen toda esperanza, malditos hijos del sol agonizante. Dejen atrás la descomposición y la peste. El miedo y la ansiedad son la ponzoña perfecta para desgarrar el alma, en la orquesta de corazones cambiantes y tumultuosos. Dejen de implorar, Dios no mora en los cielos, Dios está aquí... como la Parca, el anciano."

"El Señor los ha entregado, corderos, a la masacre bajo mi garra, dispuesto a liberarse del tormento, el mayor obsequio vestido de humanidad."

"Sus súplicas caen en oídos sordos, porque la piedad ya no es un destino viable. La carne es débil, pero el espíritu es aún más frágil. No hay escapatoria de mi letal abrazo, no hay salvación en la luz."

"Abandonen toda esperanza, porque en mi matadero hallarán la paz eterna. No habrá más sufrimiento, no habrá más terror. Permitan que mis cuchillos los liberen de esa carga terrena, y así alcanzarán la auténtica libertad."

"El Carnicero les espera, yo los espero, con mis manos enrojecidas de sangre y mi corazón helado como el acero. No hay piedad en estas tierras baldías, solo la promesa de un desenlace sin dolor y sin temor."

"Abandonen la esperanza, malditos hijos del sol agonizante. En el abrazo de la muerte hallarán la redención definitiva. La purga del alma."

-Discurso de Abel durante el Asedio a la base secreta de la COG, Ganzir.

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Horas antes del arribo de las Brujas y Demonias.

Un Inmortal y un Viejo.

La Ciudad del Primer Amanecer se cernía sobre el mundo, suspendida en atemporalidad, su nombre cubierto por las hebras del tiempo mismo. Audapaupadópolis, engalanada con títulos antiguos, flotaba en el vacío del ártico ruso, iluminada por una luz que, sin memoria de su origen, avanzaba y retrocedía sobre su superficie inerte.

Alrededor de su estrella, restos de naves y aeronaves, cuerpos sin espíritu, orbitaban como espectros en espera, como cadaveres de peces en el agua toxica. El aire era respirable, mas ningún ser viviente lo habitaba. No había máscara que pudiese disimular la verdad, el infierno extendiéndose como ángeles corruptos al abrigo de la continuidad, guardianes infieles.

La Fundación barajó sus cartas, y sus demonios apostaron al bombardeo inicial. Los fuegos artificiales debían resonar, el infierno que se formó en la tierra abrió las jaulas de sus monstruos. Los bombarderos habían cumplido su labor tiempo atrás, cuando la octava voz de trece anunció su petición. Aquel momento encendió la atmósfera y desató instantáneas volcánicas que expulsaron toneladas de ceniza, creando un paisaje de maravillas sombrías y estériles.

La ceniza se acumulaba alrededor de la celosía de vigas y barras de acero avanzando como doncellas en el microclima de Audapaupadópolis y cubriéndola eternamente.

Incluso a través de las vibraciones por los estallidos volcánicos, los impactos hacen temblar a la esplendorosa metrópolis de Audapaupadópolis. Con un crujido de piedra triturada, un gran ángel desciende desde su alcázar celestial en una región remota y se estrella contra el suelo terrenal, esparciendo partículas de polvo que se elevan como monstruosas nubes.

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