Capítulo 2

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Desde el inicio de la madrugada el viento atrajo un ambiente más húmedo de lo habitual. En la mañana aparecieron nubes grises, al mediodía emergieron relámpagos; y como consecuencia, justo ahora, justo en una parada de autobús, las gotas han empezado a caer desde el oscuro cielo.

Matheo está allí, sentado, y un poco atemorizado.

El joven chico no le tiene miedo a la lluvia, no le tiene miedo al ruido que producen los truenos; sin embargo, no puede evitar temblar ante la presencia de cierto individuo. Mientras él está sentado en el costado derecho de la banca de metal, en el costado izquierdo prevalece una figura muy singular: Evangeline. Al parecer ambos fueron tomados desprevenidos por la lluvia, ya que optaron por refugiarse en el techo más cercano. La parada de autobús fue la mejor opción.

Matheo se ve normal a simple viste, no hace gestos y ni siquiera se inmuta, pero en su interior está eufórico por tener tan cerca a la mujer de cabello albino.

Evangeline mueve ágilmente los dedos para escribir un mensaje desde su celular. No es que no se haya dado cuenta del sujeto que tiene al lado, sino que prefiere concentrarse en su actual conversación para que, al finalizarla, pueda estar disponible al ciento por ciento al hablar con otra persona.

Teclea. Teclea. Sonríe. Teclea. Vuelve a sonreír. Teclea. Teclea.

Así es como lo interpreta Matheo, quien la observa de reojo intentado descifrar sus expresiones. ¿Con quién estará charlando? ¿Será una amiga? ¿Una compañera... o un compañero? ¿Un hombre? ¿Está hablando con un hombre? ¿Acaso es su novio?

"No, no puede tener novio. O al menos, no quiero que lo tenga". Piensa él.

En ese momento, el sonido que generan los dedos al chocar con la pantalla del celular se detiene.

La mujer guarda su teléfono, suspira, parpadea dos veces, se acaricia el cabello para mantenerlo lacio; y luego de intensa incertidumbre, gira su torso en dirección a Matheo.

—Hola... —su angelical voz rebota en los tímpanos del joven—. La lluvia nos está arruinando los planes, ¿cierto? —suelta una pequeña risa.

Matheo, pese a estar nervioso, actúa con naturalidad para que ella no sospeche de su obsesión.

—Lo contrario —admite él—. Me gusta todo lo relacionado a la lluvia. El sonido de las gotas al caer, las nubes que oscurecen el cielo, la ventisca que refresca el entorno, incluso el olor a humedad... —Matheo le sonríe ligeramente—. No sé tú, pero gracias a la lluvia ahora tengo algo que hacer con mi tiempo libre.

Evangeline se sorprende un poco. No esperaba que dicha conversación fuera a tener mayor profundidad que un simple intercambio de saludos y vagas respuestas.

Ella adopta una posición más rígida, cruza las piernas y los brazos.

—Nunca dije que no fuera de mi agrado —le contestó—. Solo que, cuando aparece en el momento menos indicado, puede volverse un estorbo. La belleza que desde un inicio la caracterizaba pasa desapercibida para que solo lo negativo sea el punto de enfoque. Quizás tú aprecies el lado bonito de la lluvia debido a que no tienes algo importante que hacer, pero yo, en cambio, solo puedo contemplar las inoportunas consecuencias de tan inesperada precipitación.

La joven fue consciente de su extraño comportamiento. ¿Por qué estaba hablando con tanta sinceridad? ¿Por qué justo con él? Se supone que es experta en fingir una personalidad que, aunque no le pertenezca, pueda agradar a la mayoría de personas. No obstante, en esta ocasión salió a flote su verdadera forma de ser.

—Pero sí, tienes razón, la lluvia es súper bonita... —agregó con una voz más empalagosa de lo usual. Tal vez intentaba encubrir su error.

Matheo soltó una risa para nada disimulada, lo cual hizo confundir a su acompañante.

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