La mañana es silenciosa, ¿y cómo no serlo? El vecindario siempre se ha caracterizado por ello. Las casas no son grandes, pero se encuentran separadas entre sí gracias a las sofisticadas y pequeñas cercas de madera. Los vecinos, por su parte, no son tan conversadores como lo serían en otro barrio o distrito, son pocas las oraciones que llegan a compartirse en los terrenos del lugar; y sin embargo, son personas amables que tratan de brindar su ayuda cada vez que se les da la oportunidad.
En estos momentos, una hermosa silueta camina despacio para encontrar una casa en particular. Se detiene, mira las direcciones grabadas en las puertas, después retoma la caminata, vuelve a detenerse, observa más direcciones, luego vuelve a caminar, se detiene, mira otra dirección y...
—Aquí es —susurra ella.
Avanza para adentrarse en los campos de aquella posada. Primero atraviesa la cerca de madera, luego atraviesa un corto camino de piedra, sube dos escalones y finalmente ha llegado a la puerta.
Toca dos veces, pero nadie responde.
Toca tres veces, pero nadie responde.
Toca cuatro veces, pero nadie responde.
Decide esperar un minuto.
Toca cinco veces, pero nadie responde.
Toca seis veces, pero nadie responde.
Eso es todo, su impaciencia la hace explotar. Empieza a lanzar varios puñetazos para que dejen de ignorarla.
—¡Hey! —exclama Matheo al mismo tiempo en que abre la puerta—. Ah... tú.
—Eres un atrevido —señala Evangeline—. Te alcancé a ver a través de la ventana, ¿por qué te escondías de mí?
—Pensé que eras un vendedor. Lo siento —admite él avergonzado—. Ven, entra. Eres bienvenida.
—Gracias... —no pudo evitar sonar agotada. Es como si hubiera querido regañar al joven por su extraña forma de actuar, pero decidió no enfrentarlo porque, de algún u otro modo, terminaría gastando su aliento en una discusión poco relevante.
La mujer de cabello albino recorrió el interior de la casa (junto a Matheo, claro) visualizando cada detalle que podían captar sus ojos. Su mirada halló varios cuadros familiares colgados en una desgastada pared.
Dichos retratos mostraban a diferentes personas que tenían una característica en común: sus rostros estaban rasgados. Ella prefirió pensar que el tiempo y el ambiente fueron los culpables del daño, aunque en el fondo sabía que no era así.
Hubo un recuadro que llamó su atención. Era una mujer de cabello negro y rizado, la cual cargaba a un niño que sonreía con timidez. Dicha ilustración estaba intacta, siendo la única que sobrevivió a la masacre de fotografías.
Siguió viendo el alrededor por mera curiosidad. Encontró decoraciones pasadas de moda, revistas del siglo veinte en los estantes, periódicos acumulados en las mesas, objetos polvorientos, mecanismos, aparatos. Muchas antigüedades, de hecho.
"¿De quién será la casa? Estas no parecen ser las pertenencias de Matheo". Analizó Evangeline.
El joven ingresó a un cuarto, así que ella lo siguió por detrás. Lo primero que vislumbró la chica fue el desorden: fotografías de paisajes pegadas en las paredes, ropa colgada en ganchos cercanos a una ventana, infinidad de telarañas cayendo desde el techo, muebles esparcidos por doquier sin motivo alguno.
"¿Por qué está tan sucio? Se hubiera tomado la modestia de limpiar un poco". Dijo en su mente.
—Siéntate, por favor —sugiere el muchacho.
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¿Sabes quién es Evangeline?
Fiksi RemajaEvangeline y Matheo se conocen el primer día de universidad, comparten una que otra palabra y todo termina ahí. Ocho meses después, Evangeline se ha vuelto la chica más popular del campus. Los estudiantes la aman, los maestros la adoran, todo el mu...