Capítulo 12

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La mente humana es un misterio que no debe ser resuelto. Nuestras neuronas se conectan para transmitir información, nos permiten reaccionar y comprender, son un mecanismo natural. Sin embargo, aquí yace la cuestión que alguna vez tuvimos que plantear: ¿las personas se reducen a un mero conjunto de conexiones neuronales?

Somos cuerpo, somos células.

¿Pero existe únicamente el mundo físico, lo material y lo transformable? El cerebro no es mente, y la mente no habita en un solo lugar. Está dentro de nosotros, o alrededor, o es la totalidad de nuestra composición.

Somos alma, somos valores.

¿Entonces hay dos mundos? ¿Uno físico y uno inimaginable? Inimaginable porque no se sabe con precisión qué es. ¿Religión? ¿Espiritualidad? ¿Astros? ¿Energía? Es un mundo ubicado en el más allá.

Más allá de lo físico, más allá del raciocinio.

¡Ahora tiene sentido la falta de sentido de esa mujer!

Su mundo físico está bien, no hay fallas, no hay inquietud; contrario a ello, su mundo inimaginable está en peligro. La locura se ha desatado. El frenesí.

Sus neuronas conectan, comunican y responden. Su cerebro funciona con excelencia, su organismo sigue activo. ¿Y qué importa? Dichos mundos están entrelazados, la ruina de uno es el fin de los dos.

Se está desgastando, es la acumulación de sus indignantes vivencias. Son consecuencias.

¿Acaso habrá una cura para el mal que la atormenta? Si el daño se encuentra en un lugar inexplorado, ¿la cura tendrá que ser igual de inimaginable? ¿Qué sucederá con ella?

—Bueno, chicos, eso sería todo por hoy —la maestra no se ha percatado de que tiene labial en los dientes—. Recuerden asistir a la conferencia del manejo de las emociones, no es obligatorio pero les garantizo que aprenderán mucho. Nos vemos la semana que viene, adiós.

Los estudiantes salen del aula como si hubieran estado atrapados, colisionan de la manera en que lo hacen los cuerpos celestes en el espacio. A Matheo no le gusta las multitudes, por lo cual decide esperar. Antes de salir, el joven alerta a la maestra para que limpie sus dientes. La mancha roja se esfuma a la vez que surge una mueca de vergüenza.

Matheo aprovecha el estirado e iluminado corredor para elaborar un plan de las cosas que puede efectuar a continuación. Ir a la biblioteca a terminar un ensayo, o ir a la sala de profesores para quitarse una duda de encima, o ir a la cafetería y comprar un paquete de galletas, también puede visitar a Calíope al finalizar la jornada. Son muchas las alternativas.

El gruñir de su estómago lo obliga a escoger la tercera opción.

Al llegar a la tienda, compra unas galletas de chocolate que tienen una deliciosa crema de avellanas en el medio. Son sus favoritas. Camina hacia una mesa, se sienta, y momentos después, abre el envoltorio de plástico para sacar una sola pieza. Es un manjar crujiente, reducido pero complaciente. Matheo no quiere comérsela así nomás, piensa disfrutarla.

Sus alargados dedos sujetan la galleta con suavidad.

Los dedos de su mano izquierda se encargarán de la parte superior, mientras que los dedos de su mano derecha se ocuparán de la parte inferior. Necesita separar las capas sin destrozarlas, por lo que utiliza un movimiento gentil, paciente y cuidadoso. Logra el cometido. En su mano derecha quedó la parte de la galleta que no tiene nada, la versión aburrida, entonces la mastica sin piedad. En cambio, su mano izquierda tiene lo que más anhela: un trozo cubierto de una fina e irresistible crema de avellanas.

La acerca a su boca, poco a poco, ansioso, sin perder el punto de enfoque.

El olor a avellanas se cuela por sus orificios nasales, dando lugar a un incremento en el nivel de salivación. No puede seguir así. Una resbalosa, húmeda y carnosa prolongación se escapa de su boca, dirigiéndose a su presa. El primer roce es agradable, ya que su lengua se empapa con el dulce sabor de la crema. El segundo roce provoca una fuerte excitación en sus papilas gustativas. De repente, no es capaz de mantener el control y deja en libertad su lado más primitivo, animal. El tercer roce es violento, llevándose gran cantidad de crema en el proceso. El cuarto roce es apasionado, pues su objetivo es limpiar los restos que no pueden ser abandonados. El quinto roce es el último, un cariñoso desenlace cuyo propósito es el de saborear la superficie mojada de la galleta.

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