Capítulo 20

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El monumental conjunto de edificios perteneciente al campus ha sido rodeado por cientos de nubes grises, opacas y frondosas. Las nubes impiden el flujo de luz solar. El viento, por otro lado, es tan efusivo que consigue arrastrar un montón de hojas marchitas, plumas desgastadas y algunos escombros; e incluso, logra menear los resistentes troncos de los árboles. Además, complementando al panorama, existe una gran inestabilidad en el cielo debido a los azarosos truenos, los cuales, estando ocultos entre las nubes, producen ruidos tenebrosos como estallidos químicos, exclamaciones divinas y descargas eléctricas que, al reunirse, generan una disonancia descomunal. Es un espectáculo natural. Una orquesta de malevolencia que incrementa la tensión.

Matheo se baja del vehículo y corre hacia el interior de la universidad. Deja tirada su motocicleta en medio de la calle. Su andar es veloz, y cada paso que da es iluminado por los destellos del firmamento. La ausencia de individuos lo inquieta a tal punto de querer llamar a alguien. ¿Dónde están los ruidosos alumnos? ¿Dónde están los fastidiosos maestros? ¿Por qué no hay nadie? ¿Dónde está la gente que tanto le molesta?

Luego de una interminable caminata, llega a la biblioteca de la institución. Hay silencio, un silencio mortal. Hasta la acción más insignificante es alertada por el ruido. Su desplazamiento es de todo menos sigiloso. El tamborileo de su corazón, la agitación en su respiración, el eco de su marcha, la sangre recorriendo sus venas; son sonidos que siempre había ignorado, pero ahora, justo ahora, son lo único que puede percibir.

Su trayecto finaliza cuando ingresa a una enorme sala repleta de mesas, sillas, estantes, libros y lámparas. En una de estas mesas se encuentra Evangeline, ubicada en el centro de todo. No es solamente el lugar que escogió lo que la vuelve más llamativa, sino también el fulgor de la lámpara que tiene al frente. La mujer estaba concentrada en la lectura, o al menos aparentaba estarlo, hasta que advirtió la presencia del hombre.

—Sabía que ibas a venir —comenta Evangeline, poniéndose de pie—. Tú jamás me abandonarías, ¿cierto? Viniste a hacerme compañía, qué lindo —él se iba acercando con lentitud—. Mira, estoy usando el lazo que me diste... —la joven le muestra su cabello—. ¿No es bellísimo? Además tengo planeado comprar un vestido que hará juego con...

Matheo se detiene a unos centímetros de ella.

—¿Qué fue lo que le hiciste a Calíope? —es una pregunta directa.

El gesto de Evangeline es el de alguien a quien han tomado desprevenido.

—¡¿Qué le hiciste?! —vocifera él, dándose cuenta de que no va a responder. Su estruendosa tonalidad genera un leve escarmiento en la chica.

—No sé de qué me hablas, yo...

—¡Mierda! ¡Ya no finjas! —sentencia enojado—. ¡Tu abuela me lo contó!

El apacible rostro de la dama fue transformándose, gradualmente, en una mueca de tristeza e irritación. Sus rasgos femeninos se ensombrecieron, su postura tomó rigidez, y la inocencia que aparentaba al inicio fue reemplazada por la crudeza de su voz.

—Esa maldita vieja...

—Tú no le harás nada —interrumpe Matheo, viéndose amenazante—. No lo harás, ¿sabes por qué? —un relámpago azotó el techo de la biblioteca, mas pasó desapercibido—. Porque voy a llamar a servicios sociales para que rescaten a esa pobre anciana del martirio que está viviendo contigo. Me aseguraré de que no le hagas daño. Y yo... yo jamás volveré a defenderte, no volveré a creer en ti. Eres una desquiciada, no sé qué le hiciste a Calíope, pero debió de ser algo terrible y despiadado. ¡Algo inhumano!

La mujer emite una falsa carcajada, dando a entender que no toma en serio las declaraciones de su compañero.

—A ver... —Evangeline parpadea dos veces—. Si fue algo tan terrible como dices tú, ¿por qué no has llamado a la policía? —el muchacho se estremece al oír su interrogante—. Bien, te daré la respuesta: aún sigues obsesionado —ella irrumpe en el espacio personal de Matheo—. Sigues obsesionado conmigo, lo sé... —toca los pectorales de su novio—. Ambos sabemos que estamos igual de enfermos, ¿por qué negarlo? Yo hago algo cuestionable y tú, pese a lo inmoral de mis actos, continúas queriéndome. Y está bien, eres un obsesivo, yo soy una obsesiva, ¡somos unos dementes! ¿Qué más da? —Evangeline empieza a desabotonar la camiseta del hombre—. Tú jamás te irás de mi lado, así que cálmate, lo que pasó ya pasó. Ven, divirtámonos, la biblioteca está sola y podemos... —sus manos son alejadas con brusquedad.

¿Sabes quién es Evangeline?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora