Capítulo 16

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—Mueve el culo. Mueve el culo. Muévelo bien rico...

"Es la sexta vez que escucho esa mierda". Reflexiona Matheo, sin dejar de sonreír.

—Y cuando lo muevas, muevas, yo te lo meteré, meteré. Bien profundo. Bien profundo. Oh. Oh.

Edward retira las gafas de su cara para mostrarle un semblante de diversión. Alza las cejas. Luego las baja. Vuelve a levantarlas. Y vuelve a bajarlas. Repite ese movimiento de forma acelerada.

—¡Qué ritmo tan perrón! —exclama el rubio—. ¡¿No crees?!

Matheo ensancha su sonrisa fingida.

—Soy más de gatos —contesta.

Edward no entiende la ironía de su compañero, entonces sube el volumen de la canción y se pone las gafas de sol que, apenas unos segundos atrás, se había quitado. Es como si sus acciones no fueran previamente meditadas.

—Mueve el culo. Mueve el culo. Muévelo bien rico...

"Es la sexta vez que escucho esa aberración". Piensa Calíope, dedicándose a observar al par de jóvenes que tiene al frente. El rubio maneja el automóvil descapotable mientras que el pelinegro se encarga de vigilar la carretera. Uno los acerca al peligro y el otro los aleja de él. ¡Qué buen equipo!

—¿Por qué me da la impresión de que todos los hombres vienen de la misma fábrica? —Evangeline rompe el hielo con su pregunta—. Y no es por sonar exigente, pero esa fábrica requiere de mucho mantenimiento.

Calíope, que antes se sentía incómoda por la presencia de la mujer, suelta una carcajada ante tal declaración. Las dos ríen con dulzura.

—¿Estás nerviosa? —interroga la chica de pelo albino. La respuesta de Calíope es un leve asentimiento de cabeza—. No tienes que estarlo, será una maravillosa fiesta.

—No suelo ir a fiestas.

—Eso me dijo Matheo cuando le propuse invitarte —Evangeline masajea su cabello al hablar—. Pero tranquila, haré lo que sea para que te sientas a gusto. Técnicamente Edward es el dueño de la fiesta, sin embargo, yo me encargué de la planificación... —aquí baja el tono de su voz—. Y me tomé ciertas libertades.

—¿Cómo cuáles?

—Bueno... —Evangeline se acerca para informarle al oído—. Desocupé una habitación entera. Una habitación exclusiva para ti.

—¿En serio? —Calíope está sorprendida.

—Es un cuarto insonorizado, con una enorme y suave cama, un tablero de ajedrez, música clásica y lo mejor... —una sonrisa se dibuja en su rostro—. Puedes ir con quien quieras.

Calíope no procesó las últimas palabras, más bien, su cerebro las omitió debido a lo inapropiado de su significado. Le devolvió la sonrisa a Evangeline y le agradeció.

Ambas charlaron el resto del trayecto. Conversaron de política, de historia, de problemáticas sociales, de ideologías, de espiritualidad, religión, tecnología, economía, medicina, biología; hasta tocaron el tema de las redes sociales y lo perjudicial que estaban siendo para la juventud y para el mundo actual.

En cambio, Matheo y Edward no hablaron de nada. A veces el rubio hacía un chiste y Matheo se obligaba a sí mismo a encontrarle la gracia. Las interacciones de los dos consistieron en bromas sin sentido, comentarios breves y reacciones fingidas. En algún punto del camino, Edward dejó que el pelinegro escogiera las canciones de la playlist, lo cual agradecieron las señoritas.

Un tiempo después, los cuatro llegaron a la intimidante mansión. Estacionaron el automóvil en el mismo lugar que la vez pasada, y se bajaron del vehículo. El sitio lucía igual como lo recordaba Matheo, a excepción de la cantidad de invitados. En esta ocasión había muchísima gente, más de la que podía caber en ese edificio. La preocupación de Matheo se disipó cuando Evangeline lo besó en los labios.

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