Capítulo 8

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Un escenario común y extraordinario. Es común porque, innegablemente, hay muchos como él esparcidos en el mundo, ubicados en los sitios menos pensados. Y extraordinario porque, irónicamente, nadie suele visitarlo pese a estar en el foco del mismísimo universo.

Accesibilidad y desaprovechamiento, ¿habrá unión más contradictoria que esa?

Una colina normal e imperfecta, pequeña, indecente y para nada llamativa. Eso dirías si la vieras desde lejos, pero si tienes la osadía de acercarte podrás ver el césped y la maleza, los grillos y las mariposas; flores rojas, púrpuras, amarillas y azules. Aunque solo es el comienzo.

Si tienes el valor de subirte a la cima encontrarás un tesoro, una vista.

Cerca de la diminuta montaña hay árboles salvajes, vegetación que nunca fue maniobrada por el ser humano. Sus ramas extensas chocan mutuamente, se raspan, se rompen y vuelven a crecer. Los árboles albergan nidos de variados animales, aves y mamíferos, incluso reptiles. Ardillas, mapaches, serpientes, culebras, búhos, murciélagos, ¿y qué más era?

Aparta la mirada, deja a los árboles tranquilos y mejor concéntrate en el fondo.

Es un conjunto de edificios que componen una ciudad, no importa qué ciudad. Hay casas pequeñas y medianas, rincones y callejones, ¡incluso rascacielos! No confundas las manchas azules, no es pintura derramada; son lagos, riachuelos y piscinas. Tampoco confundas las manchas verdes; son parques, praderas, jardines y cosechas.

¿Qué es eso? Más allá de la ciudad, recto y al frente.

Son montañas, no colinas, lomas ni cerros, son montañas gigantescas. Son soldados que van en fila, ordenados e inertes, macizos, que protegen al sector de los escándalos vientos del exterior. No marchan, y sin embargo, dan la impresión de volverse más amplios. Agradece que ellos están ahí para cuidarte.

Y arriba de las montañas está el cielo, ¡míralo! Es el toque celestial.

Es azul oscuro, pero también claro. Las nubes están a la izquierda, pero también a la derecha. La brisa viene desde el norte, pero también del sur. Es el firmamento, las percepciones y direcciones no importan cuando te dejas sumergir en su composición. Puedes volar o nadar, flotar o levitar, ¡el límite es el cielo! No, ni siquiera eso. ¡No hay límite!

Sin duda, un paraíso común y extraordinario. Un paraíso abierto para todos, pero olvidado para muchos. Accesible y desaprovechado.

—No puede ser —está boquiabierta.

—Nah, más bien es un... —él acumula suficiente oxígeno en sus pulmones—. ¡No puede ser! —el eco de su exclamación se dispersa en la completitud del sector.

—¡No puede ser! —ella le sigue el juego.

Ambos comparten una sonrisa audaz, se miran por unos segundos para ponerse de acuerdo.

—¡No puede ser! —gritan al unísono.

Matheo limpia las hojas que cubren el césped, sacude un lado y sacude el otro. Ambos se sientan al no haber más impedimentos.

—Ya casi —advierte el hombre, deseoso.

Las manecillas dan la impresión de agilizarse a medida que la espera continúa. Evangeline toca su cabello queriendo entretenerse, Matheo revisa su reloj de mano cada tres suspiros. Las manecillas navegan y navegan a través del tiempo, sempiternas.

—¿Entonces...?

—¡Se supone que ya es hora! —el muchacho golpea suavemente su reloj—. No entiendo, ¿cuándo va a llegar el atardecer?

¿Sabes quién es Evangeline?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora