La gran torre del reloj, esa que posa en la mitad de toda la universidad, advierte la llegada del medio día gracias a su ensordecedor timbre de campanas. Los estudiantes salen de sus respectivas aulas para descansar, o para asistir a otras clases, y entre tanta multitud sobresale un llamativo grupo de mujeres.
El viento golpea con suavidad sus cabellos y ropajes, la luz natural les ofrece un brillo celestial, e incluso, los demás alumnos se apartan un poco de ellas para no interrumpir la escena. Son chicas hermosas, bellas, son todo lo que cualquier persona querría ser o tener.
En medio de todo el desorden destaca una figura alta y delgada. Camina de forma elegante, moviendo equilibradamente sus brazos y piernas; su rostro mezcla diferentes gestos que, al juntarse unos con otros, generan expresiones contagiosas de emociones, felicidad cuando sus labios se curvan en una sonrisa, o ternura cuando frunce las cejas en señal de desagrado, o deseo cuando te mira directamente a los ojos; su blanco y lacio cabello da la impresión de derretirse encima de sus hombros, y además, su ropa, que es del mismo color que su fino pelo, hace que la composición final se asemeje a una criatura casi espiritual, milagrosa... es imposible desviar la mirada de su presencia.
—Ya te dije que esos zapatos no combinan con tu lunar —menciona una de las chicas.
El grupo de antes ha llegado al comedor para saciarse con infinidad de alimentos, o bueno, para dar la impresión de que se van a saciar con infinidad de alimentos.
—Stacy, ¿es verdad que Edward te engañó con tu prima en la anterior fiesta? —preguntó la mujer pelirroja.
—¡Oh, por favor! Yo fui quien lo convenció de acostarse con ella, ¿no ves cómo actúa delante de los chicos? Es obvio que esta era su única oportunidad para chupar un...
—¿Van a asistir a la fiesta de Marta? —interrumpió otra chica—. Dicen que va a llevar licor de la mejor calidad.
—Aunque también puedes hacerte una cirugía para... —agregó la joven rubia.
—No estoy en contra de los tríos, pero si participa una chica al menos debería aprender a besar a otra mujer... —añadió alguien más.
—No me importa que mi lunar no combine con los zapatos, al menos tengo los aretes que... —otro comentario.
—¿Nicolas no fue quien se desnudó en la piscina para subirse a la espalda de...? —y otro.
—El brócoli es bueno para evitar la diarrea... —y otro más.
Las chicas seguían conversando acerca de sus problemas y contratiempos, mientras tanto, Evangeline se encontraba apartada en una esquina escuchando con atención las agudas voces de sus amigas.
—Angi —la llama una de ellas, percatándose de su falta de participación—. ¿Y tú qué tienes para contarnos?
Evangeline abre los ojos para demostrar interés, y luego sonríe a la vez que inclina ligeramente la cabeza.
—Los números —su tono de voz es tan inocente que haría apaciguar el enojo de cualquiera.
—Ay, tonta —la joven se acercó a Evangeline—. ¿Cuánto tiempo llevas en esta universidad?
—Umm... —hizo un ademán de pensar aunque la respuesta ya la tenía clara—. Ocho meses, creo.
—Ocho meses —reiteró su amiga—. Y en apenas ocho meses te has ganado el amor de toda la universidad.
—No exageres que se me sube a la cabeza —contestó Evangeline, restándole importancia al asunto.
—Los maestros y compañeros de todas las facultades te conocen, de hecho, también te conocen fuera de la universidad. Bebé, no exagero... ¡Ah! Cierto... A lo que quería llegar con esa pregunta era, ¿cómo no vas a tener nada que contar si te relacionas con todo el mundo?
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¿Sabes quién es Evangeline?
Teen FictionEvangeline y Matheo se conocen el primer día de universidad, comparten una que otra palabra y todo termina ahí. Ocho meses después, Evangeline se ha vuelto la chica más popular del campus. Los estudiantes la aman, los maestros la adoran, todo el mu...