Prólogo

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Advertencia: no leer este libro, está mal estructurado y con muchas lagunas.

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Esta noche había algo diferente. «Por supuesto que había algo diferente», me dije. Iba a cometer el peor error de mi vida o quizás la mejor decisión de ella.

—Mierda —mascullé entre dientes al tropezar.

La oscuridad de la noche me erizaba los vellos de los brazos y me impedía ver las raíces de los robles que se entrelazaban por encima del suelo como un tejido mal hecho. Tropezar aquí sería muy fácil, por lo que decidí quedarme quieta en medio de las ramas, con la mirada en la luna a través de las ramas estilizadas y de forma algo irregular mientras cruzaba los brazos alrededor de mi cintura.

El viento soplaba gélido a mi alrededor. Nubecillas vaporosas escapaban con cada respiración. Fue una mala idea no traer una chaqueta. La impulsividad era algo habitual en mí, por lo que, cuando había decidido actuar, ya me encontraba saliendo de la casa hacia la mansión de un adolescente de padres millonarios sin nada más que una camiseta de tirantes y un pantalón gris de algodón.

Podía decir que, en mi defensa, estábamos en verano y no pensé que haría frío.

Me encontraba unos metros dentro del bosque que había detrás de la casa de Maxwell Werthein, el chico que me gustaba. La estridente música de la fiesta se escuchaba hasta donde me encontraba, pero no hacía que dejara de escuchar el susurrar de los árboles como si tuvieran vida propia.

—No me sorprendería que esto se convirtiera en un maldito slasher —mascullé. Mis dientes tiritaban y el miedo había empezado a cobrar vida; sin embargo, deslicé la mirada a la mochila que tenía a mis pies y me calme. Precavida era, a veces, muy pocas veces, mi segundo nombre. Tenía una navaja para defenderme y una botella de alcohol para el corazón roto, si es que me lo rompían—. Vamos, Ghostface, puedes aparecer ahora. Hazme el favor y evita que cometa el mayor error de mi puta vida.

El sonido de una rama quebrándose hizo que un grito escapara desde lo más profundo de mi garganta. Mi corazón comenzó a golpear con fuerza contra mi pecho mientras me daba la vuelta. Una sombra había empezado a salir de entre los árboles con lentitud, una lentitud agonizante. Mis vellos se crisparon y mis piernas se congelaron.

—¿Quién eres? —exclamé nerviosa.

Unos pájaros salieron volando al escuchar mi pregunta y una atípica brisa fría hizo que los árboles susurraran con fuerza.

—Pues, sin duda, no soy Ghostface. —Mi pecho se infló al escuchar una voz baja y grave para un adolescente de dieciocho años—. ¿Qué haces aquí? —preguntó Maxwell mientras emergía de la oscuridad.

Suspiré de alivio, pero entonces caí en la cuenta de que Maxwell había emergido de la oscuridad.

Maxwell había emergido de la oscuridad.

Había emergido de la oscuridad.

Emergido de la oscuridad.

De la oscuridad.

La oscuridad.

Oscuridad.

Entonces me quedé en blanco, mirando su expresión de confusión absoluta. «¿Qué hacía él allí?». Estaba segura de que aquella era la segunda pregunta que más rondaba por su mente. Y estaba segura de que la primera era: ¿Qué hacía yo allí, con él?

Esta mañana había escuchado que en la noche festejarían en la casa de Maxwell el último día de vacaciones de verano. Fue entonces cuando había decidido que era hora de declarar mis sentimientos por él. Como la quinceañera que era, le había entregado una nota a una persona para que se entregara a él. Allí le decía que quería hablar con él de algo importante y que lo esperaría en el bosque. Pero nunca guardé las esperanzas de que se presentara.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora