Extra 04: Mis pedazos de cielo

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Maxwell

Mientras desayunábamos, en lo que sería un día que podría pasar tiempo con mi querida mujer, una visita inesperada cayó en la casa. Una visita que quise sacar volando con bate de béisbol hasta que su cabeza explotara en el espacio. Pero me tuve que morder la lengua y mirar mi plato mientras aquel bastardo se sentaba en la mesa, junto a mi preciosa mujer, y comenzaba a hablar con ella como si la conociera de la vida entera.

Ebba no había estado en la mesa desde el principio, pero cuando Kendra le avisó de esta visita, bajó lo más arreglada posible. Estaba impecable, con su larga cabellera negra peinada hasta brillar, con su mejor vestido de embarazada, uno que la hacía ver de lo más hermosa. Ella se veía radiante al ver a este hombre, no tenía aquella expresión de cansancio que tenía cuando yo venía. 

No podía evitar ver al hombre que empezaba a marcar en mi mente. Era alto, con una mierda de nariz aguileña y ojos de mierda. No era nada atractivo como yo, era feo como la mierda. ¿Qué podría verle Ebba? Fruncí el ceño cuando ella se rio por un chiste que dijo. Ni siquiera fue gracioso, ¿por qué Ebba se reía? Ella era muy humilde con los hombres. Fui su momento de lujo. Soy su momento de lujo. Un feo como él no podría opacarme. 

Dejé caer la cabeza, al igual que mis hombros mientras lo escuchaba hablar de historias idiotas de cuando era niño y perseguía mariposas con una red. Era gay. Estaba seguro. No tenía por qué preocuparme. O eso pensé hasta que lo escuché decir que Ebba era la mujer más hermosa que había conocido. Bueno, tal era bisexual. Podría pagarle a un hombre para que se acueste con él y lo enamoré. 

Mierda, tengo que dejar de ver las novelas que Emmaline ve. 

Me mordí el labio cuando, de reojo, lo vi poner un mechón de cabello detrás de su oreja mientras ella sonreía como una colegiala. ¿Ya era momento para saltarle a la yugular? ¿Tenía que matarlo ahora? ¿Cómo podía hacerlo sin ganarme el odio de Ebba? Tal vez deba hacer una llamada a mi querida hermana Olive. 

Cerré los puños cuando lo vi acercarse a su oído para susurrarle algo al punto que ella se ruborizó. Bajé la mirada porque sentía que mi cara estaba roja como la lava y a mis venas no le faltaba nada para reventar. Me iba a exaltar si seguía viéndolos. Podría llegar a tirar la mesa.

Tenía tantas preguntas en mi mente, pero la que más resaltaba entre todas era: ¿este tipo era una posible amenaza? Tenía que encargarme de él. Antes de conocer a Ebba, era un hombre de lo más racional, pero luego de probar sus besos, me volví el ser más inestable del mundo en cuanto a temas de hombres cerca de Ebba se trataba. No era la culpa de mi preciosa mujer, era mi culpa por sentirme insuficiente frente a otros hombres. 

—¿Maxwell? —No levanté la mirada cuando oí el llamado de Alessandra. Tenía el estómago revuelto—. ¿Estás bien? —Sabía que ella sabía que no estaba bien, y si no me estaba preguntando eso para darme una salida rápida de este lugar sin parecer un energúmeno celoso, me molestaría mucho—. ¿Me ayudarías a traer los panqueques?

Bien. Mi hermana todavía tenía un poco de consideración con este hombre de las cavernas. Le compraría una mansión. 

—Sí —asentí mientras me paraba.

—Sí, también traeme mi vaso de jugo de naranja —dijo Kendra al tiempo que ponía un trocito de panceta en el plato de ese hombre.

Torcí la nariz. Ella no había hecho más que insinuar cosas entre mi mujer y ese hombre. Para Kendra no había otra cosa mejor que verme sufrir como un idiota por Ebba. Y ahora, con otro hombre en la escena, no dudaba que lo disfrutaría el doble. Le pondría una orden de restricción. La enviaría lejos del país. Ahora entendía la relación de mi padre y abuela. 

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora