Capítulo 30: Me gustas

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Ebba

Mis piernas se movieron por inercia hacia el baño ante la urgencia de vaciar mi estómago. Me cubrí la boca para evitar que el contenido de mi estómago escapara. ¿Era esta la peor parte del embarazo? Siempre había escuchado de las náuseas matutinas, pero en este preciso momento eran las cinco de la tarde. ¿De qué me estaban hablando? Definitivamente, este sería mi primer y último embarazo.

Empujé la puerta con el antebrazo y maldije cuando casi caí al suelo al pisar un charco de agua. Me encontraba segura de que eso había sido culpa de Maxwell, pero le resté importancia cuando trozos de comida invadieron mi garganta. Me dejé caer frente al inodoro sin nada de suavidad. Un dolor sordo se presentó en mis rodillas, pero fue totalmente opacado por el horrible sonido que llenó el lugar mientras un líquido multicolor era expulsado de mi boca.

Rodeé el inodoro con los brazos cuando creí que era todo. Quería descansar un poco; sin embargo, la bilis subió otra vez por mi garganta y quise gritar a los cuatro vientos. No había comido nada, ¿por qué estaba vomitando? Odiaba esto.

Me limpié la boca cuando estuve segura de que ya había finalizado. Tiré la cadena y recosté la cabeza en mi hombro. La garganta me escocía y aún podía sentir cada trozo de comida raspando las paredes de la garganta. Un sabor amargo se instaló en mi boca y me reñí por haber aceptado cada botella que me dejaban en la mano.

Necesitaba agua, mucha agua.

-¿Estás bien? -preguntó Maxwell.

Por el rabillo del ojo, y a través de la cortina de pelo que estaba tapando mis ojos, lo vi parado debajo del umbral de la puerta, completamente desnudo. Sus ojos azules irradiaban preocupación.

-No -escupí, áspera-. Y todo por tu culpa -gimoteé y escondí la cabeza en mi hombro.

Lo escuché aproximarse.

-Lo siento -dijo en un tono bajo, consolador. Saqué la cabeza de mi escondite y lo miré-. ¿Te sientes muy mal?

-¿Acaso no me ves? -Él hizo una mueca y se arrodilló a mi lado. Puso una mano en mi espalda y comenzó a bajarla y subirla, dándome consuelo. Corrió el cabello de mis ojos y apretó los labios, angustiado por mí-. ¿Por qué me hiciste esto a mí? -cuestioné desconsolada.

-Perdón -musitó y bajó la cabeza para darme un beso en el hombro desnudo.

-No te acerques -mascullé y eché la cabeza hacia atrás con brusquedad. Él se alejó, sorprendido por mi acción-. Huelo muy mal -refunfuñé entre dientes.

Maxwell trazó una sonrisa templada y lo comprendió.

-¿Qué te parece una ducha? -preguntó con mansedumbre.

-Sí, por favor -pedí con la voz temblorosa.

Me iba a arrastrar por el suelo hasta llegar a la ducha y me iba a levantar con toda la holgazanería que pudiera existir en este mundo, pero Maxwell tenía otros planes. Me alzó en brazos y me puso de pie como si fuera una muñeca. Las baldosas del suelo estaban frías, por lo que me agarré de sus brazos con fuerza. Él me dio la vuelta hasta que estuve frente a un espejo y después me rodeó el vientre con los brazos para luego poner la cabeza en mi cuello.

Observé mi reflejo en el espejo y parpadeé al ver las marcas de sus manos y besos por toda mi piel. Tenía chupones en el cuello, el pecho, el vientre, alrededor de la cicatriz y solo era la parte que podía ver de la parte de arriba de mi cuerpo. Al bajar la mirada, pude ver las marcas de sus manos en mis muslos y una que otra mordida en las piernas. Abrí la boca, pero no dije nada, solo miré el reflejo de Maxwell.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora