Capítulo 03: Ácido en tus labios

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Ebba

Habían pasado seis años desde que lo había visto. Y seguía tan primoroso como aquella última vez que cruzamos miradas. Maxwell Werthein se encontraba frente a mí, con aquel cabello negro que muchas veces lució despeinado en el pasado y que hoy se encontraba suavemente peinado hacia atrás; con esos ojos azules que no guardaban el fulgor que una vez le dio a quienes quería, en su lugar había dejación.

Seguía tan alto como antes, pero ahora con el cuerpo más grande. Se veía musculoso, sin ser exagerado. Traía un pantalón de vestir negro, una camisa blanca desabrochada en los primeros dos botones de arriba y con las mangas dobladas hasta los codos.

No había vuelto a saber nada de él desde aquella noche en la que me rechazó de manera cruel. No fue complicado para mí, pues me había ido de mi casa al otro lado del país. Sin embargo, no podía prescindir del hecho de que cada vez que oía sobre él, eludía como si fuera plaga saber algo.

-Disculpa, estamos hablando -dijo Richie detrás de mí. Cerré los ojos al oír su voz, pero los abrí cuando sujetó mi brazo izquierdo. La tensión en su mano me causó dolor. Me dejaría una marca-. Ebba, ¿podemos terminar de...?

-Lárgate -ordenó Maxwell, con la voz gutural y exacerbada.

Eché la cabeza ligeramente hacia atrás ante su comportamiento. Observé sus ojos glaciales, dirigirle una mirada dura a mi exnovio. Conocía a Maxwell desde que tenía trece años, cuando Nataly lo presentó como su amigo. Aunque siempre lo veía como un chico serio y callado la mayoría del tiempo, nunca lo había visto tratar mal a alguien.

-¿Perdona? -preguntó Richie, tensó.

Siseé de dolor cuando apretó mi brazo al ponerse rígido. Intenté soltarme, pero me sujetó con más fuerza. Me di cuenta de que Maxwell lo había notado, sin embargo, la desidia en sus ojos me sugería que no le interesaba en absoluto.

-De hecho, seré yo quien me vaya -musité harta.

Agité el brazo con fuerza y me liberé del agarre de mi exnovio. Me acomodé los lentes e intenté salir de la habitación. Sin embargo, Maxwell tenía otros planes, ya que cruzó el brazo en mi camino. Me estanqué abrupta por su movimiento. Subí la mirada para buscar la suya. No la tenía en mí, por alguna razón, solo observaba a Richie.

Puse los ojos en blanco y eché la cabeza hacia delante. Por encima de su brazo, estreché los ojos y busqué por el pasillo a Kendra. No tuve suerte, ella no se encontraba por ningún lado. ¿Dónde estaba cuando más la necesitaba? Me había dicho que me esperaría afuera. Tal vez le había surgido un imprevisto.

-Tú -Maxwell señaló sobre mi hombro a Richie-, vete -ordenó mordaz.

-Me iré, sí; pero me la llevaré -declaró el imbécil, hinchando el pecho y tirando los hombros hacia atrás, como si fuera un maldito macho alfa.

Cada segundo que pasaba, era cada segundo preguntándome que carajos era lo que había visto en ese tipo.

-No soy un objeto, imbécil -escupí mientras intentaba escabullirme de ese lugar.

No obstante, el brazo de Maxwell era fornido y complicado de mover, por mucho que lo intentara. Él había afirmado su mano al marco de la puerta. Al mirar al otro lado, noté que su cuerpo no dejaba espacio para salir. Sin embargo, podría agacharme y salir con facilidad. Entonces lo intenté.

Me doblé a la mitad y traté de ir hacia delante. El horrible sonido de su mano deslizándose por la madera pulida del marco hizo que cerrara un ojo y me detuviera. Su brazo había bajado, impidiendo que me fuera. Me incorporé y lo apreté los labios.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora