Capítulo 45: Tierra húmeda y putrefacción

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Nataly

-¿De cuánto estás?

La pregunta de Maxwell fue fría, seca, no compartía nada con el tono que pensé que lo preguntaría. Existió una ocasión en la que me imaginé informándole al hombre que decía amarme que estaba embarazada. En aquella fantasía, él corría a mis brazos para decir lo entusiasmado que se encontraba y que aquella alegría sería la razón por la cual permanecería a mi lado el resto de su vida.

Maxwell Werthein nunca fue partícipe de aquella fantasía, así que debía decir que la frialdad de su reacción no me afectó. Siempre tuve la impresión de que él no sería ese hombre que estaría al lado de mi vida para siempre, siempre existió esa breve voz dentro de mi mente que vivía repitiendo en tonos mordaces que no importara cuántas vidas viviera, él no se quedaría a mi lado.

-Casi cuatro meses -contesté mientras nos deteníamos al borde del risco.

El viento soplaba fuerte esta noche.

-¿Desde cuándo lo sabes? -cuestionó mientras ponía la mirada en las olas de mar que rompían contra las piedras.

-Desde el primer mes.

Maxwell no respondió, pero eso no me resultó extraño. Había presenciado su expresión cuando Ebba mencionó mi embarazo. Aquellos ojos azules refulgieron, pero no fue un destello cándido, sino un fulgor de peligro. Desde el momento en que permaneció junto a Ebba, rodeándola con los brazos, protegiéndola de una amenaza que no existía, supe que Maxwell había sido arrancado de mis manos por mi hermanastra.

Había observado con total extrañeza como Maxwell había acunado a Ebba en sus brazos, como si tuviera miedo de perderla si la soltaba un solo instante. No logré entender del todo por qué él me miraba como si hubiera tenido la osadía de hacer llorar a lo más preciado para él. Pero entonces me gruño que me quedara en mi lugar mientras él subía por las escaleras con Ebba en brazos. Ella se había sumido en un llanto desconsolador mientras él le pedía que lo viera, que no iba a dejarla. Fue entonces cuando lo entendí.

Maxwell se había enamorado.

-¿Sabes por qué fuiste a ese club esa noche? -pregunté con gracia.

-¿Qué? -inquirió con un tono áspero.

-Aquella tarde legaste a casa y te pusiste a beber -comencé. Maxwell ladeó el cuerpo y me miró de frente mientras que yo ponía mi cuerpo hacia el mar-. Discutimos. Tú estabas ebrio y me dijiste que ya no estabas cómodo a mi lado -expliqué por lo bajo y esbocé una sonrisa-. Esa noche llamaste a Jackson y te fuiste al club.

-Nataly...

-Llegaste en la madrugada, lloraste en mi regazo mientras me contabas que me engañaste y cuando te pregunté si te arrepentías... -Aspiré y exhalé. El sonido de las olas rompiendo contra las piedras inundó mi silencio-. Dijiste que no. No sé si todavía estabas ebrio, pero fuiste sincero. Al día siguiente me pediste perdón, pero yo sabía que no podía estar contigo, ya no.

-Realmente lo lamento -musitó.

No oí ningún tipo de lamento en su voz.

-Aquella última vez que nos vimos, dijiste que estabas confundido respecto a tus sentimientos por Ebba... ¿La amas, Maxwell? -pregunté sin mirarlo.

-Ella me gusta, mucho -contestó de inmediato.

Me reí.

-Creo que la amas, pero todavía no estás dispuesto a admitirlo -comenté.

-¿Por qué hiciste todo esto? -preguntó de pronto.

-¿Por qué hice todo esto? -repetí la cuestión y miré el agua del mar.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora