Capítulo 50: Te vi

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Ebba

-¡No me llames así! -grité, airada. Él no tenía derecho de llamar de esa manera después de haberme roto el corazón. No obstante, no era hora de reflexionar sobre eso, había algo más relevante en mi mente-. Eso no tiene sentido -expresé con temor, ya que aún deseaba creer que era una verdad incorrecta. Esperaba que lo fuera-. Yo no tengo un tío.

Me reí tratando de reprimir las lágrimas que se agolpaban detrás de mis ojos. Me rasqué el pecho, pues una sensación pesada me causaba incomodidad. Mi madre nunca me mencionó a su familia. Ella había dicho que creció en un orfanato debido a que alguien la abandonó allí cuando era bebé. No importaba cuánto tiempo intentara devanarme los sesos, no podía encontrar un solo recuerdo en el que mi madre hablara de algún familiar suyo.

-Tu madre tenía un medio hermano, Ebba -dijo mi padre-. Por esa razón vine, hija mía. -De reojo lo vi extender la mano en mi dirección-. Ven conmigo, te llevaré a un lugar seguro. Nadie podrá hacerte más daño.

Estaba tan perturbada que no tenía idea de cómo iba a continuar con mi vida después de saber todo esto. Evan Sielberg sabía dónde estaba mi madre. El hecho de ir con él sonaba tentador, pero sabía que su palabra no era honesta, ya no. Podría estar mintiendo, de la misma forma en que ellos lo habían hecho.

-Ebba, no lo escuches -dijo Kendra. Me mordí el labio inferior cuando me dio la vuelta y me agarró de los hombros. No levanté la mirada-. Él está loco. Perdió los estribos cuando tu madre murió. Tu tío no te quiere muerta.

-¿Por qué hablas de ese hombre como si lo conocieras? -pregunté y levanté la mirada. Ella elevó las cejas, abrió la boca, pero no dijo nada. Entonces lo vi. Fue fugaz, sin embargo, logré vislumbrar en sus ojos el engaño-. Es verdad -dije con asco y aparte sus manos de mis hombros.

-No, Ebba -dijo Kendra mientras se acercaba-. Él miente.

-Tu padre dice la verdad. -Tragué saliva y voltee la mirada hacia mi derecha. El padre de Maxwell se encontraba entrando a la cocina por otra puerta. Estaba serio, con los hombros hacia atrás y la verdad en sus ojos verdes. Me toqué la cabeza. Una presión fuerte me golpeó en la parte posterior de ella-. Mi hijo solo trataba de ayudarte.

-Ebba, preciosa -murmuró Maxwell.

-Basta -pedí en un susurro. Tenía la sensación de que mi corazón se apretaba y cada parte de mi pecho dolía-. No quiero escuchar más. Necesito ir a mi habitación.

Me sorbí la nariz y giré para irme, pero Maxwell agarró mi mano. Estalle a la vez que un trueno rompió en el cielo. Me liberé de su agarre airada y volteé a verlo con la sensación de la furia ardiendo en mis venas.

Apreté los labios y me esforcé por no derramar lágrimas, ya que, además de la furia que se abalanzó por mi cuerpo, aún experimentaba esta inevitable tristeza en mi pecho. Tragué saliva y lo miré fijamente. Tras tomar la decisión de transmitirle todo el temor que mis ojos pudieran manifestar, levanté el dedo y lo alineé en su dirección.

-Nunca -pronuncié firme-, escúchame bien, Maxwell Werthein, nunca jamás vuelvas a tocarme -espeté áspera. Él exhaló y me miró descolocado-. No sé qué pasó por tu mente el día en el que pensaste que te aceptaría de vuelta tras dejarme por Nataly.

-Solo tienes que escucharme -pidió con miedo en sus ojos.

Intentó sujetar mi mano; sin embargo, me alejé. Rodeé a mi padre, y caminé hacia la salida que conducía al pasillo que conectaba el comedor y las escaleras. Kendra trató de agarrar mi mano cuando pasé junto a ella, pero lo esquivé con desagrado y continué adelante sin mirarla. Escuché su llanto persistente y mis ojos se llenaron de lágrimas.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora