Extra 10: El amor de mi vida

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En este capítulo no va a haber lloración, se los prometo. <3

Ebba

Todo esto se sentía mal e incorrecto.

—Vas a casarte —dijo Kendra y le echó una mirada a mi vestido—. Es muy lindo —señaló antes de darle un sorbo a su copa de champán.

Miré mi reflejo en el espejo y asentí. El vestido era simple, de encaje y con escote de corazón. No me sentía nada conectado con él. Mi cabello negro estaba amarrado en lo alto de la cabeza en un moño justo, que estiraba mi rostro, no dejando ver ni una línea de expresión. El maquillaje era natural, nada elaborado.

El día había amanecido nublado, con una brisa gélida que señalaba el comienzo del invierno. Había permanecido en mi cama en el alba, cuando las primeras luces del día habían comenzado a entrar por la ventana de mi habitación. Un sentimiento pesado en mi pecho me había obligado a saltarme las ocho horas de sueño que me habían impuesto mis damas de honor.

Y cuando ellas llegaron para recogerme, me hicieron la pregunta de mi vida al ver las bolsas de mis ojos y el brillo apagado en estos: ¿estás segura sobre este matrimonio? Fingí una sonrisa y dije que tenía esa llama ardiente en mi vientre al saber que ese día me uniría a un gran hombre para siempre.

Marti me miró con duda, Olive negó con la cabeza, Alessandra me dio una palmada en el hombro, Emmaline sonrió triste y Bárbara dijo que podría ayudar a escaparme. Kendra les dijo que se fueron si no era capaz de ver qué lo estaba haciendo bien. Ella era la única que creía que pensaba que casarme era lo correcto.

—Bueno —pasé las manos por mi silueta—, eres mi dama de honor, deberías saber que me caso —mencioné mirando mi rostro. Miré hacia la ventana cuando el rayo de un trueno iluminó la habitación—. Qué volátil es el clima.  Ayer estaba soleado, hoy está oscuro el día.

—Sin importar el clima, hoy será un día perfecto —dijo Kendra con suavidad. Ella levantó la mirada, dejó la copa en la mesita a su lado y se levantó—. ¿Estás bien, Ebba?

—¿Por qué no lo estaría? —pregunté con una voz pequeña.

—No lo sé, estás rara —mencionó suspicaz, pero después esbozó una sonrisa—. ¿Estás nerviosa por la boda?

—Un poco —confesé en un murmullo y ella asintió—. ¿Cómo no podría estarlo? —pregunté con una sonrisa tensa—. Me voy a casar por segunda vez —dije con la barbilla temblando.

—Yo me encargaré de hacer este día el mejor de tu vida —aseguró con férrea certeza y me agarró las manos—. No tendrás por qué preocuparte por nada. Todo saldrá bien.

—Sí, muchas gracias —musité mientras me soltaba las manos—. ¿Las niñas?

—Están poniendo flores en el cabello de su abuelo y abuela —resopló.

Suspiré.

Mis hijas se habían encariñado con Alessandro Werthein. No pude negarles la relación cuando ellas me pedían todo el tiempo ir a la casa de sus abuelos preferidos. Amaban a Alexandra y Alessandro Werthein. Y para ellos dos, mis niñas eran las luces de sus ojos.

—Eso es bueno —mencioné distraída.

—Sí —musitó. Agarró el celular del bolsillo de su traje y cabeceó al leer un mensaje que le llegó—; aunque no creo que sea bueno para Alessandro. Oye, Loren llegó. Iré a colocarla en su lugar y volveré a buscar para entrar.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora