Capítulo 46: Mi preciosa mujer

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Maxwell

Alcé la mirada hacia arriba y suspiré. La noche era iluminada por la luz de luna y por las estrellas espolvoreadas en el firmamento. Me complacía verlas. Me fascinaba esta vista. Era impresionante ver aquellos puntos brillantes, pero por más que mi mente quisiera concentrarse en ellos, no podía parar de remontarme a la razón por la cual estábamos aquí.

Descendí la mirada y avancé hasta el borde del acantilado. Un par de rocas cayeron cuando me aproxime, un minuto después oí el sonido del agua. Aspiré cuando la vivificante brisa fría señalaba el final del verano.

Ebba se abrazó cuando me escuchó posicionarme a su lado. De soslayo me miró mientras ponía las manos en los bolsillos de mi pantalón, a la vez que tiraba el torso ligeramente hacia atrás y empinaba la mirada al cielo antes de soltar un suspiro pesado.

No habíamos hablado desde que volví a la habitación tras hablar con Nataly. Esta mañana mis hermanas se le había hablado del acantilado, de la playa, del mar y Ebba no volvió a la casa después de pararse sobre la roca más alta.

-¿Te gusta? -exploré tenue.

Parpadeó y desvió la mirada al mar frente a ella. La marea estaba baja y las aguas estaban tranquilas.

-Es lindo -musitó-. Sin embargo, no lo podría admirar más de dos minutos porque estoy intrigada, Maxwell.

-Entiendo -susurré y volteó a verme. Sus ojos miel me enfocaron, obviando cualquier cosa que estuviera a mi alrededor-, pero primero debería prepararte.

-No. -Cabeceó-. Me rehusó a que esto se dilate más de lo necesario. Necesito escucharlo ahora. No podría resistir un minuto más con esta intriga, me estaba consumiendo. Habla, Maxwell, por favor.

-¿Qué quieres saber? -indagué en un susurro, como si no quisiera que lo escuchara para no tener que decirme nada.

-¿Volverás con ella?

-No lo haré. Eres todo para mí.

-Es tu hijo -espetó mordaz.

Mi corazón dio un vuelco cuando ella dio un paso hacia atrás, olvidando que había una caída de veinte metros detrás de mí. Logré estirar el brazo y agarrar su cintura antes de que se fuera hacia atrás.

La miré con los ojos abiertos, con la respiración agitada y el terror en mis ojos. La arrastré hacia mi cuerpo, pegándome contra mí, sin dejar espacio físico entre los dos. La rodeé con los brazos y me negué a soltarla cuando empujé sus hombros.

Ella lo entendió. Entendió el miedo que tuve cuando puso las manos en mis brazos temblorosos. Había cometido un error y yo sentía como si hubiera recorrido una maratón. Relajé el cuerpo y ella llevó una mano a mi nuca. Me acarició para que me calmara mientras daba pasos hacia atrás con ella arrastras.

Me deslicé hacia abajo, llevándola conmigo hasta que estuve sentado en el suelo, con las piernas cruzadas y con mi preciosa mujer en mi regazo. Mis brazos no dejaron de rodear su cuerpo y sus manos nunca abandonaron mis brazos. Me incliné hacia delante y puse la cabeza en su pecho. Ebba cruzó un brazo por mi hombro hasta poner la palma en mi espalda.

-Ebba, por favor, ten cuidado, podría morir si te pierdo -susurré en su oído.

-¿Qué significa eso? -preguntó aturdida.

Sin embargo, pude oír en medio de su aturdimiento una ligera pincelada de emoción. La abracé con más fuerza y escondí mi cabeza en su cuello.

-Significa que ya no puedo imaginar un mañana en el que no estés -murmuré contra su piel.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora