Capítulo 33: Una oportunidad

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Ebba

-Ebba -murmuró Kendra. Respiré y continué mirando a los pájaros volando en el cielo a través del cristal de la gasolinera. Nunca había sentido tanta envidia hasta este momento-. Ebba, ¿estás bien?

-¿Qué?

Parpadeé y miré a mi amiga. Ella se encontraba sentada frente a mí. Me estaba mirando con ojos tristes y preocupados.

-¿Estás bien? -preguntó con suavidad. Asentí y le resté importancia con la mano. Aparté el plato de comida que se encontraba frente a mí-. Sobre lo de anoche...

-Realmente no quiero hablar de eso -la interrumpí y esbocé una sonrisa débil mientras me recostaba contra la silla-. Hablemos de otra cosa, por favor.

-Claro -dijo con una sonrisa forzada en el rostro-. Hoy volveremos a Ciudad Vieja, ¿estas listas?

Aspiré al recordar que la abuela de Kendra había dejado en claro que tendríamos que volver a la ciudad hoy y, tras decir eso, había salido de la habitación como si no hubiera cambiado mi vida junto a su nieto.

-Sí, tampoco hablemos de eso, por favor -dije y tracé una sonrisa-. Hablemos de tus hermanos.

-Sí, tampoco hablemos de eso -dijo con una sonrisa tensa.

Asentí.

Una mesera se acercó a la mesa con la cuenta en la mano. Kendra sacó la billetera del bolsillo trasero de su pantalón.

-Tengo que ir al baño -avisé mientras me levantaba.

Ingresé a un pasillo angosto y fui hacia una puerta blanca. Di unos golpes con los nudillos, preguntando si estaba ocupado. Cuando no respondieron, me metí y cerré detrás de mí. Me lavé las manos cuando terminé mis asuntos, las sequé y salí del baño.

Me detuve antes de cerrar la puerta al ver a Killian recostado en la pared, en medio del pasillo. Al ser el espacio tan angosto, él ocupaba todo el pasillo, dejándome sin salida. Se me tensó la espalda y las manos me hormiguearon. No sé si estaba siendo paranoica o qué, pero no podía evitar tener esa sensación de peligro. Ese tipo hacía que se me revolviera el estómago y tuviera náuseas.

¿Qué demonios hacía aquí? ¿Me estaba siguiendo?

-Me enteré de que entraste a la familia -susurró con lentitud, como si saboreara las palabras en sus labios mientras se separaba de la pared-. ¿Debería felicitarte?

Mis piernas querían temblar, pero me obligué a adoptar una postura firme. No podía dejar que el miedo me dominara en estos momentos. Más que nunca, debía guardar la calma. Respiré hondo, apreté las manos y obligué a mis pies a moverse.

-Ya puedes usar el baño -dije, suponiendo que eso era lo que quería. Sin embargo, cuando llegue frente a él, no se apartó-. Permiso, por favor.

-¿Estás huyendo de mí? -preguntó esbozando una sonrisa burlona-. Solo quiero hablar.

-Hablar contigo no es algo que quiera hacer -replique y lo miré a los ojos.

Él tenía una mirada brillante y divertida.

-Pero yo quiero hablar contigo -dijo y se lamió los labios.

La piel se me puso de gallina y el estómago se me revolvió.

-Pero yo no -hablé mordaz. Él elevó las cejas y ladeó una sonrisa-. ¿Podrías hacerte a un lado? Quiero salir.

-Claro. -Se hizo a un lado. Tomé un respiro y me aseguré de pasar lo suficiente rápido para no tener que rozarlo; sin embargo, su mano fue más rápida y se aferró a mi brazo, deteniéndome a su lado-. ¿Cuánto tiempo lograrás sobrevivir a esta familia?

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora