Capítulo 13: Rota, débil, expuesta

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Ebba

El colchón se hundió a mis costados. Percibí que estaba siendo rodeada por unos brazos y piernas. Un aroma intenso me envolvió, a la vez que una sensación de calidez se posaba sobre mí. De inmediato me percaté de las notas de fragancia limpias, mandarina y naranja amarga; así como también la esencia de rosa intensa.

Entonces abrí los ojos. Y en mi borrosa visión, lo primero que vi fue una nariz de botón, arrugada ligeramente; unos labios de piñón, que estaban fruncidos; unos ojos grandes marrones, que me observaban con intensidad, y un cabello negro azulado ondulado, que caía como cortina a los costados de un rostro en forma de corazón.

Parpadee al ver su rostro furioso. Lucia como si quisiera matarme. Estaba tensa y destilaba un aura de intimidación. Se veía como una verdadera matona, a pesar de tener el rostro delicado y hermoso. Esta situación se asimilaba a una en la que te cruzarías por el pasillo de la secundaria con la chica mala y te comenzaría a hacer acoso escolar solo por haberla mirado más de dos segundos.

-¿Estás embarazada? -Pero entonces habló, y su voz aguda de niña hizo que llevara las manos a mi vientre mientras echaba la cabeza hacia atrás y comenzaba a reírme. El peso encima de mí desapareció y unos pasos «furiosos» se escucharon por toda la habitación-. Te dije que no se asustaría -exclamó molesta.

-Ebba, los puntos -advirtió Kendra.

Me detuve de inmediato al recordar aquello. Aunque no me doliera, estaba siendo imprudente. Aspiré mientras me sentaba en la cama con lentitud y levantaba mi camiseta. Respiré tranquila: no había rastro de manchas rojas en el vendaje, por lo que no me preocupe. Dejé caer mi camiseta y arrastré el culo hasta poner mi espalda contra el respaldar de la cama.

Cuando levanté la mirada, busqué a Kendra por el lugar. Logré vislumbrar un nubarrón con destellos de luz en un rincón de la habitación. Me tallé los ojos y después estiré la mano hasta la mesa de luz para agarrar mis lentes. Al ponérmelos, pude ver a mi amiga con claridad. Estaba sentada en una silla en el rincón, con una pierna sobre la otra y antebrazos apoyados en reposabrazos.

-No deberías reírte de esa manera. -Me tensé y agarré la sábana en puños cuando oí la voz de Maxwell. Con lentitud, giré la mirada hacia la puerta. Aspiré al verlo parado debajo del marco. Tenía las manos en los bolsillos de su pantalón negro, las mangas de su camisa blanca arremangada hasta los codos y los primeros tres botones de esta desabrochada. Justo de la misma manera que ayer. Mi vientre se apretó al recordar su acercamiento-. ¿Cómo amaneciste?

-Uh, bien. -Me removí incómoda en la cama. Le eché una mirada a Kendra. Ella se había parado y tenía la mirada puesta en Maxwell mientras apretaba los puños. Danielle estaba al lado de él, y lucía como un cachorro pequeño observando una torre, pues ella media un metro cincuenta con suerte. Entonces observé la puerta que estaba detrás de Danielle. Se encontraba entreabierta y se veía una bañera-. Tengo que ir al baño -avisé mientras me levantaba de la cama.

-Yo la acompañaré -dijo Danielle sin apartar la mirada de Maxwell.

Pasé junto a Maxwell con la mirada baja.

-Yo mearé después de ella -avisó Kendra siguiéndonos.

Cuando entramos las tres, Kendra cerró la puerta detrás de ella. Iba a hablar, pero mi boca se cerró al observar el baño. Al contrario del salón, este lugar no era tan recargado, era más funcional. El lavabo era color blanco, así como la bañera con forma de curvas y el inodoro. Había un gran espejo con un marco metalizado, unas pesadas cortinas alrededor de la bañera y las paredes tenían un empapelado celeste pastel con dibujos de pájaros blancos. Toda la grifería era tonos dorados.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora