Capítulo 32: Ahora te tengo

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Ebba

Me aproximé hacia la puerta de la habitación tras escuchar el quinto golpe. En el trayecto, acomodé los lentes en mi nariz, me puse las pantuflas que estaban al lado de la mesa y agarré las llaves. Abrí la puerta y me quedé sorprendida al ver a las personas del otro lado. Kaleb se encontraba frente a mí, con la cabeza baja y el nerviosismo en todo su cuerpo. Fruncí los labios al percatarme de que no se encontraba solo. Una mujer mayor se encontraba detrás de él.

Ella me estaba mirando fijamente. Por alguna razón, tuve la sensación de que se encontraba analizando cada movimiento que hacía con mi cuerpo. Era rara la manera en la que percibía su mirada, su presencia misma.

Tragué saliva tras notar que era una mujer alta y de hombros anchos. Con facilidad, podría sacarle unas dos cabezas a Kaleb. Estaba enfundada en un traje de dos piezas color gris marengo. Al bajar la mirada ligeramente, pude notar que llevaba unos tacones de aguja blancos y, al subirla, que traía un bolso blanco colgando de su hombro.

Tenía un cabello negro como la noche. Era impecable, partido al medio por una raya y que caía hasta los hombros en un corte recto. No había ni una línea blanca entretanto negro. También pude percibir que tenía una mirada desinteresada en unos profundos ojos azules que se me hacían demasiado conocidos para mí.

Entonces comencé a encontrar similitudes que no quería. La expresión estoica en su rostro, los labios prominentes, la nariz respingona y los ojos almendrados, acompañados de la pereza. Al igual que su postura erguida y su barbilla alzada con orgullo, ella guardaba una gran similitud con Kendra, como si hubiesen sido cortadas por la misma tijera.

-Huh, yo... -vacilé y me removí en mi lugar.

-Ella es mi abuela -se adelantó a decir Kaleb tras ver mi expresión. Trazó una sonrisa tímida en los labios-. Viene a verte. Te juro que voy a averiguar cómo te encontró -dijo en un murmullo.

Fruncí el ceño.

¿Por qué estaba aquí esa mujer para verme? ¿Teníamos algún asunto pendiente? Eso era imposible, pues nunca antes la había visto en mi vida. Sin embargo, ella me observaba como si me conociera de toda la vida.

Suspiré.

-Yo... Eh... Pasen, supongo -dije por lo bajo y me hice hacia un lado.

Kaleb sonrió con timidez e ingresó en la habitación. Tragué saliva cuando la mujer avanzó con pasos cuidados y fuertes detrás de su nieto. Parpadeé al darme cuenta de que era alta. Mucho más con aquellos tacones. Sin embargo, lo que más me preocupó fue la pesadez que me envolvió cuando paso frente a mí. Eso no era bueno. Me hacía sentir en una situación de poder que no me gustaba para nada.

Aspiré y empujé la puerta para cerrarla; sin embargo, un pie se interpuso entre el marco y la puerta. Fruncí el ceño cuando Killian apareció frente a mí. Él tenía el ceño ligeramente arrugado y una mueca de disgusto en el rostro. Ciertamente, no esperaba encontrarlo de vuelta hoy, y ciertamente, no lo dejaría entrar a mi habitación.

-Viene con nosotros -dijo Kaleb con ligereza.

Suspiré y volví la mirada sobre mi hombro para decirle que no dejaría entrar a su hermano. No obstante, mi mirada chocó en el trayecto con la de la mujer mayor y una pesadez me envolvió de nuevo. Por alguna razón que desconocía, me di la vuelta para abrir la puerta y Killian entró.

Apreté el agarre en la madera, preguntándome qué era lo que pasaba conmigo, pero al no encontrar una respuesta, cerré la puerta. Al darme la vuelta, no miré a las personas que se encontraban en la habitación y fui hacia la cama. Me senté en el borde, con la mirada en el suelo y las manos sujetando un puñado de sábanas.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora