Capítulo 16: Pedazo de cielo

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Maxwell

-El embrión tiene seis semanas de gestación -dijo la obstetra Andreas. Aspiré al ver el monitor, pues no lograba encontrar nada. Entrecerré los ojos tratando de encontrarlo en la pantalla-, mide cinco milímetros y ya se está independizando del saco vitelino. ¿Lo ven? -preguntó mientras llevaba un dedo enguantado a la pantalla.

-Si usted dice que está allí, le creo -dijo Ebba y esbozó una sonrisa.

Me incliné hacia delante y observé con detenimiento la bola gris en la pantalla que señalaba. ¿Ese era mi bebé? Era demasiado pequeña. ¿Aquello se convertiría en mi pedazo de cielo? Tendría que ponerme a entrenar muy duro. ¿Era el ser al que iba a proteger por el resto de mi vida? No puedo perder tiempo: tenía que contratar a los guardaespaldas más calificados del planeta.

Crear un sistema de protección será fácil. Debía encontrar un grupo calificado que estuviera pendiente al cien por cien de mi hijo o hija. No había lugar para los cabos sueltos, ni siquiera para los problemas externos que pudieran perjudicar la infancia de mi niño. Por esa razón, tenía que comenzar a limpiar mi negocio. Había muchas mierdas que tenía que sacar de mi vida.

-El tubo neural del bebé empieza a cerrarse a estas alturas del embarazo -dijo la obstetra mientras deslizaba el aparato por el vientre de Ebba. Bajé la mirada y noté que pasaba por encima de la herida. Apreté los labios y alcé la vista hacia Ebba. Ella tenía la mandíbula rígida y las manos sujetando la sábana de la camilla con fuerza-. Por eso es tan importante que tomes ácido fólico antes de la concepción, ya que a veces no sabes que estás embarazada en este periodo precoz de la gestación, ¿sí?

Ebba asintió sin despegar la mirada de la pantalla; sin embargo, pude notar que me había echado una mirada fugaz.

-Yo me encargaré de eso -dije con seguridad y miré a la doctora.

-Bien -asintió la mujer tras darme una sonrisa cálida. De reojo pude advertir la mirada que Ebba me lanzaba. Me aseguraría de comprar todo lo que mi bebé necesitaba para crecer bien en el vientre de su madre. ¿Debería obtener una farmacia para mí? Sería una buena idea. No me gusta esperar-. ¿Quieren escuchar los latidos?

-¿Se puede? -preguntó Ebba con emoción.

Noté cómo sus ojos brillaron, su mandíbula se relajó y sus manos soltaron la tela. Una sonrisa enorme se abrió paso en su rostro, una que me dejó apreciar un lindo hoyuelo en su mejilla izquierda; uno que solo se podría apreciar al ojo de quien pudiera prestar atención. Parpadeé cuando sentí algo raro en el pecho al verla.

La remembranza del momento que compartimos en el auto llegó a mi mente. Tragué saliva e intenté alejarla, pero era difícil olvidar la suavidad de su piel, mi tacto en su cuerpo y el arma a flores que me envolvía cuando la tenía encima de mí, susurrando, suspirando, gimiendo.

Agité la cabeza.

-Por supuesto que quiero -asentí varias veces, tratando de alejarme a mi mente de aquello.

-Bien, aquí vamos.

Bajé la mirada hacia el borde de la camilla, agarré entre mis manos el trozo de sábana que caía y cerré los ojos un momento. Entonces comencé a escuchar los latidos claramente apreciables. Un pequeño tambor, pensé y esbocé una sonrisa. Era, sin duda, el sonido más primoroso que podría haber escuchado en mi vida. Y era mío. Mi bebé. Aquel que fue enviado para que lo protegiera.

No permitiría que nadie le hiciera daño en esta vida. Estaría a su lado para cuidarlo de todos y todo. Sería su escudo, su espada y me aseguraría de convertirme en aquel lugar seguro que tuviera para cuando se sintiera mal. No lo alejaré, lo mantendré a mi lado. Es mi bebé.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora