Extra 08: Ahogando de dolor

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Estuve leyendo comentarios del capítulo anterior, y solo quiero decir que no hay que desesperarse. Cómo diría el meme:

¡Arriba las esperanzas, abuelita!

Maxwell

El día estaba soleado y cálido. Podía considerarlo como un día perfecto. Más de lo habitual. Hoy tenía a mis niñas conmigo. 

—¡Papi, yo quiero este! —gritó Lizzie mientras señalaba la vidriera de una tienda. Observé el vestido rosa con volantes y lazos alrededor de la cintura—. ¡Es perfecto! —chilló feliz y dio saltos antes de correr a la puerta. 

—Entremos a comprarlo, entonces —dije. Julia agarró mi mano y fuimos hacia la tienda, donde Lizzie ya había entrado—. ¿Y tú, que quieres, hija? —le pregunté a Julie, que estaba muy feliz con su cabello. 

—Voy a ver que encuentro —asintió y me apretó la mano—. No deberías malcriarnos —comentó. 

—¿Por qué? —pregunté confundido. 

—Podrías perder principios —dijo con naturalidad. 

—¿Estuviste leyendo los libros de la tía Alessandra? —pregunté con una sonrisa. 

—Sí —asintió. 

—Bueno, cuando vea que están perdiendo sus principios, me deten... No te voy a engañar, hija. Nunca voy a dejar de malcriarlas —dije con sinceridad—. ¿Para qué estoy en este mundo si no es para eso?

Pasé las siguientes dos horas dentro de una tienda de vestidos de niñas, hablando sobre telas, colores, texturas y más. Me había rodeado dos señoras de edad diciéndome que color podría combinar con la piel nívea de las niñas, qué largo les quedaría mejor y que tipo de textura era buena. Sabía que ellas seguían sacando vestidos al notar que cada cosa que mis niñas querían, yo la compraría. Ellas sabían hacer su trabajo. Hoy tendrían la caja llena. 

¿Cómo no la compraría? Era mi fin de semana con las niñas. Tenía que pasar el mayor tiempo con ellas. Hoy en la mañana las había pasado a buscar en la casa de Ebba y después nos fuimos al centro comercial. Desayunamos en su cafetería preferida y posteriormente habíamos ido a una peluquería. Julie se había teñido las puntas de su cabello con tintura de fantasía de color verde oscuro y Lizzie se había hecho un baño de cremas, no sabía que significaba eso, pero ellas podían explicarlo mejor. 

Tras dos horas y media, salimos de la tienda con más de veinte bolsas. Tenía las manos llenas, pero nada me importaba al ver las sonrisas en los rostros de mis niñas. Mientras ellas estuvieran felices, no me importaba entrar a peluquerías, tiendas y cafeterías donde un hombre amargado de oso panda me trajera una tarta de chocolate. 

—¿Qué van a ordenar? —preguntó una mesera con la vista puesta en mis niñas. 

Me golpeé en dorso de la mano cuando un mosquito se posó en mi piel. Eso era lo malo de comer en la terraza del restaurante.

—¡Hamburguesa con papas y coca cola! —exclamó Lizzie con un tono contento, pero después frunció el ceño—. Soy celiaca, ¿hay hamburguesa aptas para mí? —preguntó por lo bajo. 

La mujer se derritió al ver a mi niña. Se veía muy tierna con el ceño fruncido. 

—Por supuesto que hay —aseguró y después miró con una sonrisa a Julie—. ¿Y tú, cariño? 

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora