Capítulo 40: Errático

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Maxwell

-¿Qué te pasó? -pregunté, errático.

La camiseta de Alessandra estaba empapada con sangre. Se veía como si hubiera abierto el vientre de un cerdo y hubiera puesto el torso delante. Sin embargo, no era solo la sangre lo que me perturbó la mente. Mi hermana tenía heridas en el rostro, como si hubiera tenido una pelea hace poco tiempo. Tenía un corte en la ceja, una laceración en el labio y un moretón en el pómulo.

¿Quién se había atrevido a golpear a mi hermana?

Esa persona moriría.

Tener a mi hermana con la sangre cubriendo su ropa frente a mí no era algo que deseara ver. Mucho menos cuando tenía en cuenta que ella se arriesgaba a diario en ese trabajo. Imaginarla cómo está ahora había sido una de las razones por las que me había opuesto a que entrara a la academia policial. Pero ella tenía un sueño y yo no era nadie para impedirlo.

-No es mi sangre -suspiró. Algo dentro de mí se calmó al oír sus palabras. Surcó el ceño cuando deslizó la mirada por el lugar. Negué con la cabeza y ella asintió-. Estuve en un tiroteo. Hubo una redada a una pandilla -explicó.

-¿Qué pasó? ¿Y por qué no tienes el chaleco antibalas?

-Me lo saqué cuando un civil quedó involucrado -dijo. Apreté los labios. No me gustaba cuando arriesgabas su vida de esa manera. Era imprudente-. Uno de nuestros compañeros reveló nuestra ubicación. Sí, fue a propósito -aclaró antes de que pudiera formular la pregunta. Era muy rápida para suponer cosas-. Estaba infiltrado. Era nuevo y nos confiamos.

-¿Estás bien? -pregunté y rodeé el escritorio para ir con ella-. ¿Quieres que llame a un doctor?

-Estoy bien. Lo resolvimos bien, por suerte -dijo e hizo una mueca-. Sin embargo, tuve que disparar.

-¿Cuántos fueron? -pregunté mientras llegaba al otro lado de la mesa.

-Cinco de mi mano -dijo y aplastó los labios-. El resto fue para mis compañeros.

-¿Eran necesarias las muertes?

-No eran buenas personas y hay sobrepoblación en las cárceles. -Levantó un hombro-. Los disparos fueron la excusa perfecta.

Su jefe, Jason Larsson, era un hombre conocido en el mundo criminal y policial como una persona que lleva a su equipo de la forma que quiere. Era corrupto, pero de una manera que me agradaba. Era el mejor amigo de mi padre y padrino de Alessandra. Fue él quien la llevó a elegir el camino de la sangre azul. La noche en la que ella lo vio asesinar a un hombre que no recibió una condena por violación, fue la noche en la que decidió que deseaba continuar con el sendero de Jason.

-¿Qué va a pasar con tu compañero? -pregunté con cautela.

Tenía una ligera sospecha de que era lo que pasaría.

-Me gustaría poder decírtelo, incluso me hubiera gustado estar allí cuando se decidiera qué hacer, pero vine corriendo aquí -expuso y exhaló.

Se aproximaba hacia el escritorio con celeridad, con el sonido de los vidrios que crujían debajo de su peso y el inquietante sentimiento que se percibía en mi pecho. Al verla con la sangre en la remera, recordé que había cerrado la puerta con fuerza, determinada a decirme algo.

-¿Por qué? -indagué tenso.

-Me llegó información sobre la persona que mató a Elliot Franklin -dijo discreta.

Levantó la carpeta que había tenido todo este tiempo en su mano. Había estado tan absorbido en sus heridas que no la había visto. Alessandra la puso en el escritorio. Me arrimé cuando la abrió y comenzó a sacar fotos. La primera fotografía que pude ver fue una en la que se hallaba un cuerpo carbonizado en medio de una pila de basura. Ni en cien años de vida podría adivinar de quién se trataba, pero Alessandra la había traído, entonces asumí con rapidez de que se trataba de Elliott Franklin.

El contrato de mi vida ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora