Consecuencias De Una Promesa Incumplida

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SARA

¡Rayos!, son las ocho y treinta. Salí más tarde de lo esperado. Quise golpear a ese tonto cabo por darme más documentación. Daniela debe estar enojada. Solo me falta voltear la esquina y llegaré a casa para escuchar el sermón que me tendrá preparado por no haberle cumplido con mi palabra, pero no es mi culpa. No esperaba más trabajo, pero sabiendo que el eunuco del coronel se encontraba rondando el comando, no debí haberme confiado.

Doy curva en la esquina y me percato de tres camionetas oficiales estacionadas enfrente de la casa, aparte del auto con los cabos que custodian a Daniela. También hay muchos hombres, uno de ellos me hace señas de parar. Bajo la ventana de la puerta del conductor.

—Buenas noches, capitana Sara — saluda el hombre de traje negro.
Me fijo en que ese hombre como los demás hacen parte de los guardaespaldas personales del coronel.

¡Maldición!

Ese maldito está dentro de la casa con Daniela.

¡¿A solas?!

Sin importarme dejar abandonado mi auto a mitad de la calle , salgo deprisa y me adentro a la casa. Lo primero que veo es la mesa del comedor y sobre ella la cena, y al fondo expreso enojo al ver al coronel de pie en la cocina. Mi corazón brinca bruscamente al observar a un ser diminuto en el suelo.

—¡Daniela! — me acerco deprisa, mi niña está manchada de sangre — ¿Qué sucedió? — pregunto impaciente.

—La pequeña se cortó — responde con calma. Puedo ver el corte en el pulgar de su mano izquierda. Me inclino, el coronel se hace a un lado, ya que si no lo hacía lo hubiera apartado con fuerza.

— Bebé, cierra los ojos — le ruego. No obstante, no me escucha.

Tomando su rostro lo alzo, sus ojos están fijos en un solo punto. No está en sus cinco sentidos para darse por enterada de que he llegado. No comprendo por qué está salpicado su rostro. Cuando Daniela sufre este tipo de ataque, su cuerpo se paraliza. Sin embargo, demuestra mucha valentía al querer ocultar la zona lastimada. Lucha para no seguir sufriendo a causa de su trastorno, entonces, ¿por qué tiene manchada su carita? Fue provocado por el malvado del coronel, ¡se atrevió a empeorar su condición! Lo subestimé, ese hombre es peor de lo que imaginé.

Limpio su rostro con mi pañuelo y lo rasgo para cubrir su herida. Bajando sus párpados, recargo su cabeza contra  mi pecho, pasando suavemente mi mano por su cabecita hasta su espalda. Trato de sosegar a mi pequeño pedacito de vida. La poca cordura que me queda lucha fuertemente para evitar que pierda mi casi nula estabilidad emocional e impide que mi enorme deseo de tomar por el cuello al desalmado que me mira con ojos retadores se cumpla. No lo haré, no le daré la satisfacción de ganar. Ahora mi niña sufre. Pero yo confío en su fortaleza. Mi bebé superará esto. No voy a cometer el error de perderla de nuevo.

Alzándola de brazos, paso por el lado del sujeto que pronto anhelo que se vaya al infierno. Daniela se aferra fuertemente de mi espalda. Me ruega que no la abandone. Jamás lo volveré a hacer. Es mi pequeña, mi bebita. Subiendo a la segunda planta, entro a mi habitación y tranco la puerta.
Entro al cuarto de baño y acuesto a Daniela en la tina. El agua tibia empieza a tornarse roja. Daniela no se mueve, solo tiembla. Desde que la conocí, siempre ha sido muy frágil, aunque no suele enfermarse gracias a las vitaminas que le doy, si tiene un cuerpo muy delgado y pequeño debido a la mala alimentación que padeció. Después de limpiar su carita, le doy un beso en la frente.

— Ya, mi niñita hermosa, ya pasó — pronunció  tiernamente tratando de calmarla. Espero que esta vez funcione. Es muy difícil calmarla cuando sufre alguna crisis.

— Lo… siento.

—No te disculpes, no fue tu culpa — en realidad, nada de lo que le sucede es culpa suya.

Abro el grifo de la tina para que se vaya el agua.
Saco a Daniela de la tina y la siento en mi cama, abrazándola y secando su cuerpo y cabello con mi toalla. Su dedo no deja de sangrar, su vestido azul celeste se ha manchado de nuevo. Rasgo un pedazo de la toalla y envuelvo su mano.

— ¿Daniela, te puedo quitar el vestido? — le pido permiso. Debido a lo que le obligaban a hacer, su cuerpo tiene muchas cicatrices, dándole vergüenza mostrarlas.

Asintiendo. Le quito despacio su vestido, evitando rozar su piel. Aún con los ojos cerrados, aprieta su pecho con sus brazos. Echo rápidamente una mirada a su cuerpo, esperando no encontrar algo que me haga enfurecer mucho más. Tomo mi bata de baño y se la coloco

—Ya, mi bebé, puedes abrir los ojos — hace lo que le pido y mira asustadiza su mano vendada. La tomo del rostro y la levanto para que me mire solo a mí — lo lamento, no sabía que iba a estar aquí — no me responde, solo me abraza y se echa a llorar.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora