Presentimiento

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DANIELA

—¡Miren ahí, sacan fotografías! ¡Vamos! — menciona con alegría Sara.

Las tres nos encaminamos hasta un puesto donde se encontraba un cartel con cinco dibujos de cuerpos de personas pintadas de manera muy jocosa, con un agujero donde irán los rostros.

Será nuestro recuerdo de la feria.

Introduciendo nuestros rostros a cada agujero encarnamos a un divertido personaje. La señorita Jennifer, por órdenes de Sara, se convirtió en una monja con una faldita muy corta y atrevida. Sara, impaciente y agitando su pierna, esperaba a que varios jóvenes le den su turno. No solo a ella le parecía fascinante retratarse en una colegiala, para Sara, tener un cuerpo que acapare la atención es muy importante. Siendo la ocasión donde puedo mostrarme diferente y sabiendo que es posible que no vuelva a presentarse la oportunidad, introduzco mi rostro en la figura de un hombre con un gran pectoral, con piernas sumamente pequeñas y con traje de baño. Faltando el último de esta charada tan alegre, Mota se mostraba imponente al ser un gran león, el rey de la sabana. Su diminuta carita, en comparación del gran cuerpo del león, lo hacía ver muy tierno y amenazador.

Una última fotografía, siendo la mejor de todas y la que siempre llevaré conmigo, la representación de lo que perdí: el amor de una madre que me da la esperanza de redimirme y comenzar de nuevo.

Siendo casi el alba, es momento de irnos. Fue un buen día. Creí que el asunto con el tonto aquel iba a arruinarlo, pero no lo logró y eso me alegra y me alivia. En nuestro camino a la salida, reíamos viendo nuestras fotografías. La señorita Jennifer se ve más tranquila. Mis desconfianzas hacia otros me hacen cuestionar si es necesario permanecer atenta a cualquier amenaza, o debo aprender a relajarme. Debo mentalizarme que ya estoy fuera de todo peligro, él ya no está, Víctor ya no tiene el poder de usarme como su ángel, estoy libre de su asedio.

Respirando hondo, exhalo el aire de la libertad. No obstante, mis sentidos me alertan, las punzadas de un peligro al acecho me intranquilizan y me hacen detener a medio camino. Debido a la orden, suelo tener constantes sentimientos de peligro, pero son un poco leves en comparación con ahora.

¿Debe ser porque el lugar está repleto de personas y hace que mi sentimiento sea aún mayor?

Me quedo observando todos los rincones, buscando a los depredadores. Siendo también uno, existe una brecha que nos hace diferentes. Si fuera la de antes, seguiría la orden de cercenar a todo adulto o niño de este lugar, sin embargo, un sentimiento de protección se ha activado. No permitiré que quieran hacerle daño a mi nueva familia.

— ¿Qué pasa, Daniela? — consulta Sara al ver que ya no me encuentro a su lado.

Me siento como aquella vez que estaba en la espesa selva en el centro del departamento de Mina con un grupo de quince hombres. Cuando nos dirigíamos al campamento principal, sentí lo mismo que ahora. Mi reacción rápida evitó que nos mataran ese día.

—Sara, algo está a punto de suceder — le comunico, miro para todos lados, buscando hasta que doy al fin con este misterio

—¿Lo hallaste?

—Sí, esos tres hombres de allí — los señalo.

Sara los observa con atención. Los tres tienen una actitud poco habitual, miran hacia todos lados y entre ellos mismos se demuestran nerviosos pero a la vez decididos. Con ropas holgadas pretenden ocultar lo que llevan. En un descuido del segundo sujeto, lo que temía deja a la vista la boca de fuego de dragón. Un escaso segundo fue suficiente para saber que esto se va volver una masacre.

—Hay que detenerlos, van a hacer daño — le expongo, Sara sin pensarlo, toma y jala de mi brazo — ¿Qué haces? —pregunto exaltada —. ¡Sara, esos hombres van a matar personas!

— Por eso mismo te sacaré de aquí — haciendo una señal a los soldados, se acercan. Los sujetos se percatan de los militares, su impaciencia se hace más evidente.

Solo es cuestión de segundos.

—¿Qué sucede, Sara? — pregunta la señorita Jennifer.

— ¡Sara, hay que hacer algo rápido o muchas personas morirán! — digo asustada e impotente. En estos momentos, me gustaría tener a vayolet, aunque eso condenará mi libertad.

— Tú no vas a hacer nada. Lo único que vas a hacer es irte a casa — ordena.

— ¡No, Sara! — protesto —. Yo... puedo ayudar — titubeo. ¿En verdad puedo ayudar? Si veo sangre, me volveré una carga inútil.

—¡No comiences a cuestionarme, Daniela! —alza la voz, toma mi rostro —. Mi prioridad es cuidarte y jamás voy a permitir que te vuelva a pasar algo malo. No te preocupes, bebé, yo me encargo — pronuncia con decisión. Un frío baja por mi espalda alta y se clava en mi espalda baja.

— No, Sara, no — le ruego, aferrada a su cuello. Si nos acribillan, mi cuerpo bastará para protegerla.

—Tranquila, mi pequeña. No olvides que por algo soy capitana, ¿está bien? Esperame en casa, no me tardaré — el que trate de convencerme no bastará.

El aprecio que compartimos, sin duda, es mucho más grande de mi parte.

Sara es valiente, con una gallardía tan grande al igual que extraordinaria. Ella volverá... volverá como la última vez.

Besando su frente, tomo de la mano a una asustada Jennifer y junto con el soldado Alférez y Mota, salimos deprisa. Al llegar al estacionamiento, tres detonaciones estallan y hacen correr como locos a los presentes. El miedo y la adrenalina comienzan a apoderarse más fuerte de mí. Soltando a la señorita, mi mano es de nuevo ocupada.

—¡Debes subir al auto ahora!— ordena Alférez, apretando con mayor fuerza.

—Pero, Sara... — le suplico dejarme ir.

—Ella estará bien, es nuestra valerosa capitana — menciona el soldado, tiene una mirada fuerte de comprensión y confianza. Debo sentir lo mismo.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora