Escuela Militar

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(Los sonidos intermitentes de los fusiles continuaron hasta altas horas de la madrugada, silenciando los gritos de los inocentes. Sus cuerpos no dejaban de caer en una simultánea sincronía.


-¡Hija, escapa! -un fuerte grito sale de aquella mujer que me dio la vida. Su mano, que goteaba ese líquido espeso y rojizo, se extendía ante mis ojos en un intento de protección, siendo un acto totalmente en vano. El hombre con el bate, usando toda su fuerza, golpea la nuca de mamá hasta romperla.


-Parece que papi y mami ya no respiran -el hombre del bate sonríe complacido.


-¡Malditos! -un desgarrador grito lleno de rabia e impotencia sale de la boca de quien fue mi único hermano. Al lanzarse sobre los miserables, un disparo en su cabeza lo hace callar y detenerse.


Los tres verdugos, regocijados por sus actos, se acercan a mi ser pequeño, pero ya nada inocente, existencia.)


El sonido de la alarma me hace volver a la realidad. Rápidamente tomo asiento, agitada. Miro, temerosa, a todos los rincones. Las paredes de color azul turquesa ayudan a que mi cerebro procese que ya no me encuentro en lugares donde solo se manifestaba zozobra y terror. Al levantarme, mis piernas tambalean debido a la fuerte pesadilla. No es la primera vez que lo sueño, pero no es justificación para que deba acostumbrarme. Me acerco a la pequeña puerta de vidrio que da hacia mi balcón. Aún es de noche; las lámparas de las calles siguen brillando con un intenso color amarillento.

Recargada en la pared, observo lo que puedo alcanzar a visualizar afuera. Las personas comienzan a salir de sus casas, listas para comenzar su día laboral. Los hombres se despiden de beso de sus queridas esposas y, subiéndose a sus autos, sus amadas se quedan en las puertas de sus hogares, estremeciéndose debido al frío helado de la madrugada. Solo vuelven a entrar hasta que el auto correspondiente de sus amados se pierde de su vista. Mi temblor se detiene y mi sudor se ha secado; sin embargo, la sensación de rabia no se detiene. Aunque eso no es lo triste; lo triste es que no tengo con quién desquitarme para sacar todo esto, toda la ira que siempre está aquí adentro. Nunca desaparece; arde como carne que cae en una fogata.


Me retiro, yo también debo comenzar mi día. Arreglo la cama, cambiando de nuevo la sábana que se ha mojado por mi sudor. Formándola en bola, la lanzo, encestando en la canasta de la ropa sucia. Al colocar la sábana limpia, la dejo bien extendida. Doblo el edredón y lo dejo a un lado. La cama ya está lista. Sigo yo, bañada. Bajo del gancho el uniforme militar. Me coloco primero mi ropa interior: un top y unas pantaletas de color verde oliva, al color de mi uniforme. Con una camisa blanca de manga larga, amarro los cordones de mis zapatos negros y ajusto la correa de mi pantalón. Seguido, desenredo y amarro en una coleta mi cabello, sujetándola con un listón de color azul. Me doy cuenta de que ahora mi cabello es más largo que antes; nunca llegaba más debajo de mis hombros. En aquellos tiempos, no era factible tenerlo largo. El enemigo podía usarlo para inmovilizarme.

Después de aplicarme crema facial y un poco de bálsamo en mis labios, al ver mi reflejo en el espejo de piso, estoy irreconocible. Mi rostro está limpio, al igual que mis ropas. No están manchadas de lodo o sangre. Aún no me acostumbro a verme así. Parezco una adolescente normal, aunque solo es mi capa exterior; mi verdadero ser, mi ser interior, es un asunto muy diferente. Si me quitaran la corteza, todos se espantarían. Mi hedor de muerte los haría vomitar. Recojo mi chaqueta y mi mochila, y salgo de mi habitación. Dejo todo sobre el sillón, entro a la cocina, arremangándome las mangas de mi camisa, me coloco el delantal de figuras de frutas y preparo el desayuno: un poco de huevos revueltos, tostadas con chocolate para mí y con mantequilla para Sara, café negro y jugo de naranja. Los coloco en la mesa del comedor y vuelvo a ingresar a la cocina para preparar la lonchera de Sara: un termo con café negro y galletas con mermelada de cereza, tal y como le gustan. Las empaco en pequeñas bolsitas y las dejo donde pueda tomarlas.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora