Liberty Fair

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Una suave mano toca mi mejilla, al abrir los ojos veo el rostro gentil de Sara.

— Ya llegamos, bebé — dice, saliendo del auto.

El brillante sol impacta mi visión, cerrando los ojos de estrepito los abro lentamente. Aclarado el paisaje miro hacia todos los rincones del estacionamiento, varios autos se encuentran aparcados, los niños corren entusiasmados hacia donde creo que es la entrada de un mundo muy colorido y animado. Quedo asombrada al notar a lo lejos la rueda de la fortuna.

— Quería traerte a una feria, ¿qué opinas? — sube su brazo a mi hombro.

— Es estupendo — respondo sin quitar mi mirada de fascinación de aquel lugar.

Caminamos hasta la entrada de la feria, los animadores disfrazados de payasos nos entregan un folleto con un mapa y las indicaciones de lo que se encuentra dentro. Sara nerviosa se lo recibe, su fobia es evidente. Los militares también  reciben los folletos, el más joven de ellos lo estudia y los otros dos miran detenidamente a las personas y los alrededores, es claro que se preparan por si me escapo o ataco a alguien. Me demuestro enojada, dando se cuenta Sara.

— No te preocupes, mi bebita, hoy solo conocerás la diversión — me hace saber, Sara es un buen ser humano, ella no se obliga a hacer esto, lo hace porque le nace.

Avanzando más, mi pulso se calma al percibir los olores tan suaves y deliciosos: palomitas, churros, al igual que la música alegre me hace olvidar mi realidad.

—¿Es la primera vez que estás en una feria? — pregunta la señorita Jennifer.

—No, realmente, una vez estuve en una cuando... ya saben — me toco el cuello, es vergonzoso mi pasado. Sara me aprieta más a ella.

—Hoy no estamos para pensar en cosas que no debemos, hoy estamos aquí para ¡divertirnos! —exclama, jalándome a los quioscos.

Hay muchos juegos, veo que hay uno de pistolas de agua. Aunque se trate de solo un juego, no creo que pueda hacerlo, mi trastorno impide que accione un arma, aunque no sea algo real.

—Miren, ahí hay uno de juegos de aros — menciona la señorita al verme un poco inquieta.

-—Bienvenidas señoritas — nos recibe el señor del quiosco —.Les explico la temática del juego: tendrán seis oportunidades por juego. Si hacen que al menos entren tres aros en los objetos que hay presentes, se ganan un premio pequeño. Aumenta el premio si clavan más aros. Son tres euros por seis aros.

La señorita Jennifer iba a dar el dinero, pero Sara se le adelanta y entrega los tres euros al señor.

— Descuida, yo pagaré. Vamos, Daniela, tú primero.

Tomo tres aros en cada mano y los lanzo. Los seis se clavan en diferentes objetos. El señor del quiosco, como más personas a mi alrededor, quedan perplejos.

—Bien hecho — felicita Sara —.¿A ver qué premio se ganó?

El señor nos muestra los premios que podíamos elegir, sin dejar de mirar incrédulo los aros. Había la opción de un oso de peluche, un horno pequeño o una daga de juguete con luces.

Sin pensarlo, escojo la daga de juguete. Tiene el mango negro y la hoja de goma que, al encenderlo, resplandecía de un color violeta. Por alguna extraña razón, me recordó a Vayolet, mi extensión que ahora está en manos del ejército colombiano. La apodé así por el color violeta que la hacía combinar al estar manchada de sangre. Siento la presencia de un pequeño niño a mi costado derecho, se encuentra observando la daga, parece interesado en ella.

No debería dársela, o el niño será como yo. Sacudo mi cabeza. "Solo es un juguete inofensivo", esta daga de goma es inofensiva. Me inclino y se la doy, sus ojos cafés brillan intensamente. Me agradece educadamente y se va contento al lado de sus padres, donde estos lo alzan y le dan un beso en la mejilla, un sentimiento cálido me hace sonreír de verdad. Es agradable hacer felices a los demás. En eso me doy cuenta de que la señorita Jennifer y Sara me observan sonrientes. No soy un demonio, como lo mencionó el coronel, solo tuve la mala suerte de haber estado con la persona equivocada.

—Bien, ahora es el turno de Jennifer — dice animosa Sara.

— No... yo no sé de eso — contesta tímida.

-—Oh, vamos, inténtalo — le doy ánimos.

Tenía razón cuando dijo que no sabía. Al lanzar los aros uno tras otro, ninguno se clava en los objetos, se tapa el rostro debido a la vergüenza generada.

Ahora es el turno de Sara, clava cinco de ellos. Al fallar el último, hace una mueca de disgusto que me hace reír. Se ganó un oso pequeño de peluche. Al no gustarle los animales y al ver la expresión triste de la señorita Jennifer, se lo da para que no llore.

Recorrimos varios puntos de la feria y jugamos a los diferentes juegos que había. Uno de ellos era encestar el balón en una red, carros chocones, dardos y futbolito. Ese último me molestó, Sara es demasiado buena y no dejaba de restregármelo en la cara.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora