Cuando Te Conocí

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Advertencia de contenido

El siguiente capítulo contiene escenas que pueden llegar a ser muy fuertes para ciertos lectores. Se recomienda discreción.

Richard González tenía una "fascinación" por los más jóvenes, en especial los niños, algo que le desagradaba mucho a Víctor

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Richard González tenía una "fascinación" por los más jóvenes, en especial los niños, algo que le desagradaba mucho a Víctor. Le advirtió una única vez que no cometiera la estupidez de tocarme o haría que lo pagara caro. Acatando de mala gana las órdenes del líder supremo, Richard se contenía, le era imposible ocultar su enfermedad, con sus ojos siempre enfocados en mi pequeño cuerpo, anhelaba saciar sus más grandes deseos enfermizos. No se atrevía a correr el riesgo de salirse de control por miedo al susurro de mi padre.

Richard González era un sujeto gordo de estatura baja, con una lesión en su pierna izquierda ocasionada por un enfrentamiento con un grupo rival. Se le era imposible volver a caminar con normalidad. Ya era costumbre verlo con un pequeño frasco blanco de pastillas que calmaban su dolor y un vaso de whisky para bajarlas. En ese tiempo, mi conciencia no estaba presente. La manipulación constante a la que era sometida no me hacía comprender si estaba bien o mal las cosas que veía y hacía. Ahora que las voces ya se fueron, no guardo culpa ante la correcta decisión de haber cortado su maldito cuello.

(Cuatro años atrás)

Estando en una de las pequeñas tiendas, un compañero vino por mí. Según dijo, "Richard quería verme". Por supuesto, estaba seguro de que al no estar al lado de mi padre, se encontraba a salvo y podía calmar su fiebre.

Él tenía su tienda en la parte principal del campamento, rodeada de otras donde dormían los demás guerrilleros. Mientras caminaba hasta allí, me cercioré de cuántos combatientes se encontraban a los alrededores. La tienda era grande, en comparación con las otras, tenía un mini bar, radios de comunicaciones de largo alcance, una laptop, un sillón y una cama grande.

De una de las cortinas salió Richard González vestido con una bata de color rojizo. Se me acerca cojeando, mientras en su mano derecha sostenía, como era habitual, un vaso con whisky.

- Al fin ya no corro el riesgo al estar enfrente tuyo - sonríe - el gran orgullo de Víctor, Daniela Polay, el Ángel de la Muerte. Así te apodaron los militares colombianos, ¿verdad? Sin duda, la palabra ángel te queda - exclama complacido rodeándome y observándome de arriba hacia abajo.

Estando yo de pie y gesticulando una mirada serena, no había rastros de algún otro sentimiento, siendo muy diferente a lo que pasaba en mi subconsciente. Como el robot que era, guardaba la calma y acataba todas las instrucciones que, en ausencia de mi padre, ella se encargaba de impartir.

"Deja que la víctima se confíe, debe estar totalmente convencida de permitirse tener el poder de hacer apto de sus fechorías, la total libertad de hacer lo que se le plazca y cuándo se vea que por fin alcanzó la gloria acata la tarea de mi querido Victor"

Bastantes palabras para mi pobre cerebro, pero que lograba entender a la perfección.

Richard González comienza a tocar mi cuello y pasando sus gruesos y rasposos dedos por mi labio inferior, pronuncia excitado -. Qué linda eres, esta noche te haré mi mujer. Sé que aún conservas tu pudor, esos miserables hombres no alcanzaron a tomarla - ríe y tomando de mi mano, me lleva hasta esa gran cama.

En mi mente resuenan las palabras de Vayolet y principalmente las palabras de Víctor:

"Deja que crea que tiene las de ganar y corta su cuello".

Es la tarea que me dio y la razón por la que estoy aquí. Víctor no solo era mi padre, también fue mi maestro y sumándole que era mi comandante supremo, hacia todo lo que me pedía. Como aquella ocasión donde su tarea consistía en asesinar a un hombre junto a su familia por negarse a pagar una extorsión, no sentí compasión, aunque me rogaron que no los asesinara. Así fue igual con otras órdenes de asesinato, pero solo era inmune al dolor ajeno cuando tenía a Vayolet cerca de mí. En una ocasión, debido a la pérdida de sangre, la solté y estuve a punto de enloquecer al llegar a mi mente sentimientos de culpa por todo el daño causado. Mi cuello se salvó ese día debido a la rapidez de Víctor.

Richard González se quita la bata y me recuesta, quedando él sobre mi frágil y pequeño cuerpo. Comienza a besarme y a quitarme la ropa.

- Tienes un cuerpo muy feo - comenta con asco -. No importa, cerraré los ojos e imaginaré algo mejor - ríe el miserable, mientras se acerca a mi casi nada visible pecho.

Richard González abre de golpe los párpados al encontrarme sobre él con veinte centímetros de la hoja de mi katana enterrada en su cuello. Sus ojos brillantes de horror y pavor, calman el hambre de Vayolet, ahogándose en su propia sangre. Sus globos oculares se quedan en blanco y deja de retorcerse.

Con parte de la tarea realizada, aún tenía que cumplirla por completo. Adentro de un maletín, tomo varias granadas de fragmentación.

Sin soltar a Vayolet, rasgué la parte de atrás de la tienda y me alejé lo suficiente para lanzarla. Al estallar, el asedio es evidente. Siendo la más rápida, muchos no alcanzan a parpadear cuando ya sus cabezas se han separado de sus cuerpos, al igual que los heridos por la explosión.

La purga en la que eran sometidos por parte de Víctor los hacía luchar por preservar sus vidas, respondiendo a mis ataques se hacen inútiles al no tener sentido del dolor. Al terminar, caminé hasta un pueblo abandonado. Entrando a una de las casas, debía esperar allí a mi padre. Vayolet resbaló de mi mano y al desconectarme, caí desmayada al podrido suelo de madera. Desperté esposada, con mucho frío y rodeada de soldados portugueses y colombianos. Los hombres con distinciones médicas se apartaron bruscamente al encontrarse de frente con mis ojos oscuros. En un idioma que no conocía, a una mujer no parece importarle lo que le piden los militares. Se arrodilla y toma de mi rostro, sonriendo suavemente con sus ojos color avellana. Conocí la bondad.

(Presente)

Los cuatro soldados me escoltan a la entrada de la sala. Tomo asiento en la única silla del centro, quedando en frente pero alejada de una larga mesa de conferencias.

Permanezco serena ante las miradas y los murmullos de los militares que llenan el lugar, algunos mostrando sus dentaduras burlonas expresan su desagrado.

Saludo con disimulo a la señorita Jennifer, sentada al lado derecho de la mesa, junto con el teniente Gómez. Sara, al igual que mis seis custodios, ya están preparados. En sus manos reposan carpetas de distintos colores, negra para Sara, verde menta para la señorita Jennifer, el amarillo le pertenece al teniente Gómez y por último, el blanco representa a mis custodios. Están serios y en silencio, levantándose de pie al mismo tiempo, al igual que los demás integrantes hacen el saludo militar al entrar a la sala la realeza; las cabezas supremas del ejército portugués.

El primero de ellos, el General Castañeda, a su lado derecho y creyéndose el más importante, el pomposo estómago del Teniente General Chen. Es una lástima no poder mostrar mi mirada de rabia hacia él. Eso me hace pensar a quién odio más, si al Teniente General o al Coronel Izei. También llega el General de la Brigada Harry. Frunzo el entrecejo de confusión al ver en persona al General Martínez del ejército Colombiano, acompañado del Comandante Sánchez y sus hombres. Ellos siempre están presentes en mis audiencias, pero en video llamada.

¿A qué se deberá su presencia?

Tal vez están aquí por simple modestia. Entrando de últimas, el menos importante, el Coronel Izei Zaharie acompañado de un chico de cabello rubio...

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora