La Cena Prometida

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Un auto llega y otro se va. Es el cambio de guardia, hoy durarán todo el día aquí, ya que es fin de semana y tengo prohibido salir de casa.

Si tuviera la oportunidad de salir, iría directo a la fiesta de Wilson. Comería toda clase de bocadillos y me maravillaría por los artilugios que esos millonetas coleccionan. Haría fuerza de brazos con los chicos para demostrarles que las chicas también somos fuertes y sería una adolescente más del montón.

Una adolescente que nunca ha conocido lo que es la libertad. Le agradezco mucho a Sara por todo lo que me ha ayudado, sin embargo, anhelo pronto poder conocer lo que es ser libre y estar en paz.

Salgo de mi habitación y bajo las escaleras. Le doy desayuno a Mota y preparo el mío, junto con el de los soldados: waffles con fresas, huevos fritos, salchichas de cerdo y tostadas con mantequilla, café negro y chocolate caliente, y una porción de frutas en trocitos. Tomando los tupper, los dejo listos tapados con un pañuelo de tela con encajes. Les hago señas con las manos a la cámara posicionada en el centro de la cocina, dejando los recipientes cerca de la puerta principal. Subo a la segunda planta y entro de nuevo a mi habitación. Los hombres, en especial los soldados, son muy orgullosos. Si al entrar a la casa por los recipientes se toparan directamente conmigo su honor se mancharía.
Cuando comencé con esto de darles alimentos preparados a mis custodios, desconfiaban y me los rechazaban. Colocándome triste, hacía enfurecer a Sara. Los iba a obligar a que los recibieran; no obstante, eso sería peor y dejé que ellos mismos desarrollaran confianza. No pasó mucho tiempo. Las largas jornadas y los cambios de temperaturas del exterior a los que son expuestos no les iba a permitir otra salida que tomar mis intenciones de ayudarles a sobrellevar su jornada. Cada vez que veía los tuppers vacíos, me llenaba de una gran emoción que me hacía esmerarme más para que mis comensales se sintieran a gusto con mis preparaciones.
Me dan las gracias de manera discreta y, aunque no cruzamos palabras, además de ordenarme que no salga de casa sino es en compañía de Sara, me siento agradecida de algún modo.

Al cerrarse la puerta principal, me dispongo a bajar a desayunar. Sara solo durmió tres horas antes de irse de nuevo al comando. Los días previos a mi audiencia en la corte militar son de mucho trabajo para ella. Me preocupa que se esté sobrecargando más de la cuenta y no descanse como se debe, ya que eso la podría hacer enfermar. Por esa razón, debo esforzarme. No puedo cometer faltas. Debo comportarme como se debe.

Al terminar de desayunar, subo a mi habitación y, cerrando mis ojos, me quito el envoltorio de mi mano. Me ducho y me coloco ropa cómoda: una camisa delgada y unos shorts con unos zapatos blancos.

Bajo a comenzar a hacer mis deberes domésticos. Coloco un CD de música heavy metal a todo volumen. Es divertida esta música, hace alterar a los soldados, sus reacciones de enfado y el escucharlos gritar que le baje al estruendo me hacen reír demasiado. Subo a la habitación de Sara para limpiar y buscar ropa sucia. También lavo la mía. Bajo al sótano y introduzco la ropa en la lavadora. Subo la escoba y comienzo a barrer, a limpiar el polvo de los libreros, mesas, televisión, etcétera, no sin antes moverme al estilo de la música y sacarles el dedo medio disimuladamente frente a las cámaras. Aunque alimente a los soldados, no significa que me agraden del todo. Después de terminar de arreglar la casa y de bañar a Mota, que justo ahora hace que me mire con ojos asesinos, me acuesto en el sillón. Aun tengo un deber pendiente, pero solo lo puedo hacer con Sara presente. No obstante, solo es algo inocente. No serían capaces de efectuar la orden delante de los vecinos. Con mi alma rebelde, me arriesgo y abro la puerta principal. Los tres hombres salen del auto con miradas fruncidas y posturas erguidas.

Cruzando la pequeña puerta que da hacia el mini jardín, el más mayor de ellos se acerca —¡Sabe que no puede salir del domicilio!

—No salí, solo quiero arreglar las plantas — las miro, lucen marchitas. El verano las ha dañado, incluso tienen muchas malas hierbas. ¡Deben ser atendidas con urgencia!

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