Un Lugar Misterioso

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Daniela

Es una lástima no poder saciarme del chisme que se formó en la mitad de la calle. Siento envidia de los vecinos, ellos sí no se perdieron ni un detalle de la discusión que tuvo Sara con los soldados. De lo que alcancé a escuchar y ver desde la ventana al lado de la puerta principal, fue que ellos la cuestionaron. ¡Son bien suicidas! Entiendo que solo llevan dos meses siendo mis guardias carcelarios, sin embargo ¿no fue tiempo suficiente para conocer el carácter endemoniado de Sara? ¡Vaya, sí que son bien idiotas! Si soy sincera.

Brincando del pequeño sillón al ver a Sara aproximarse, me voy a la cocina a fingir que hago algún deber. Con lo poco que puedo percibir, mis instintos me indican que Sara ya no está enojada. Sin embargo, no puedo confiar en mí, ya que suele ser impredecible.

- Bebé - al escuchar su voz, aunque sabía que estaba detrás de mí, igual me hace estremecer.

- Sí... señora - respondo atemorizada, dejando de fingir que limpio el mesón.

- ¿Estás bien? - consulta botando el correo sobre la mesa. Se acerca, en un movimiento rápido toma de mi rostro con las dos manos mirándome con angustia - ¿Sigues enfermita, mi amor? - pregunta de nuevo. Se ha preocupado, yo nunca le he dicho "señora" y el hacerlo ahora sin razón aparente le provoca extrañeza.

- Estoy bien, descuida - tomando de sus manos le sonrío alegremente.

- ¡Ah bueno mi niñita hermosa! - sus tiernos besos en mi frente me llenan de regocijo - bien mi bebé, me voy a mi habitación, debo colocarme bien mami para encontrar marido - exclama con alegría. Quedo en blanco, no esperaba que fuera a decir algo así.

- ¿Cómo que marido? - interrogo estacada en el borde de la escalera ríe con picardía entrando a su habitación.

Es normal que este acontecimiento sucediera. La verdad no deseaba que llegara a pasar. Desde que conozco a Sara, hasta la fecha, los hombres que pasan a su lado quedan flechados. Sara es muy hermosa y el que los deje atontados es un hecho. No obstante, el verla carameleada de alguno me hace enojar un poco.

- ¿Desde cuándo tan coqueta? - pregunto sorprendida, al verla vestida con una blusa de seda de color blanca que sacan a relucir sus grandes atributos y un pantalón ajustado a su medida comprendo que lo dicho anteriormente no era una broma - ¿No crees que irás muy descubierta? - le increpo estrictamente.

- Lo sé, no deje nada a la imaginación - sonríe, acomodándose más el escote.

- No vas a buscar marido - me cruzo de brazos muy seria, a estas alturas de la vida buscar lo que no se le ha perdido es una locura.

- ¿Estás celosa? - cuestiona arqueando el labio.

- ¡Qué! No, claro que no - mis mejillas se acaloran - Solo digo que podrías resfriarte - miento.

- Tienes envidia porque yo sí tengo melones y tú unos limoncitos - bromea, dejándome sin palabras señala mi pecho que me tapo enseguida.

- Algún día crecerán - murmuro preocupada.

Las cadetes de mi escuela, si las tienen bien formadas, yo suelo pasar desapercibida entre los muchachos al no tener eso que les llama la atención, a excepción de Pérez. Ojalá fuera como esos chicos y así me dejaría en paz, atrapada en los brazos de Sara, pierdo toda posibilidad de libertad.

- Eso no está asegurado, pero no importa, te ves tan linda al igual que una muñequita.

- No soy una muñeca, ya casi cumplo dieciocho - protesto.

- Así tengas ochenta, seguirás siendo una ternurita, mi bebita - su lápiz labial ahora está por todo mi rostro.

- ¡Yaaaaa! - grito desesperada y avergonzada, envío señales de socorro a los soldados, pero conociéndolos, estoy segura de que los tontos me están ignorando. Sara detiene sus ataques al escuchar golpecitos en la puerta.

- Debe ser Jennifer - asegura, soltando lo que quedó de mí.

Camina hacia la puerta y yo vuelvo a sentir libertad, pero a qué costo. Su emboscada fue muy salvaje

-Hola Jennifer.

- Hola Sara - es amenazante ver a la psicóloga Nowak en mi zona "segura".

El tener a uno de mis cuidadores en el lugar donde se supone que debo estar a salvo me hace contraer el estómago, un nudo en el centro de mi pecho impide que la saliva baje, pero debo soportarlo. No solo porque es la amiga de Sara, sino porque al estar retóricamente esposada, pierdo el derecho de contradecir alguna orden.

- ¿Por qué te vestiste tan aburrida? - le critica Sara, haciendo que se mire con inquietud su vestido rosa con mangas - dijimos que iríamos a buscar marido y posiblemente novio a Daniela - ríe.

- Hola Daniela, estás muy bonita - dice la psicóloga Nowak.

- Buenos días, señorita Jennifer - finjo la alegría de su presencia en mi lugar más íntimo, aunque de íntimo no tiene nada.

- ¿Qué te pasó en el rostro, intentaste aplicarte colorete? - pregunta confundida.

- Fui yo al darle besitos - toma mi rostro y comienza la melosería de nuevo.

- ¡Ya, Sara! Tenemos visita, ¿no te da vergüenza?

- No, a mí no me da vergüenza darle besitos a mi niñita - responde tiernamente. Es molesta cuando se pone así, pero solo lo fue cuando no estaba acostumbrada, el reflejo de un flash nos ilumina.

- Qué linda foto, la guardaré como protector de pantalla - comenta la señorita Jennifer mirando su celular - y bien, ¿Sara, adónde vamos?

- Eso es una sorpresa - responde liberándome de su amarre - bien, vámonos - camina enérgica hacia la salida.

- No, aún no, debo limpiarme el rostro - subo deprisa las escaleras hasta mi habitación.

Al entrar al cuarto de baño, me veo en el espejo, mi rostro está lleno de maquillaje. Al limpiarme, cierro la puerta del balcón, no vaya a ser que ingresé algún extraño.

Esto es muy emocionante, es la primera vez que saldré de casa a un lugar que no es ni el comando ni la escuela militar. Al parecer, la vida se me está mejorando. ¿Es que acaso la vida ya se dio cuenta de que me merezco cosas buenas o me estará recompensando por no haberme defendido de las amenazas del fastidioso del coronel? Como sea, ya no debo pensar en nada que me fastidie o me haga girar los ojos. Hoy tendré la oportunidad de saber cómo se comporta normalmente una adolescente. No puedo dejar a mi bebé Mota solo, él también necesita aire fresco, al salir de casa, los tres militares están apoyados enfrente de la casa, mirando hacia todos lados con la guardia alta, tocando sus pistoleras.

¡Ay no! Tal vez nos secuestren o algún loco se abalancé sobre Sara por tener tremendo escote. Subo a la parte trasera del auto y la señorita Jennifer al lado del copiloto.

- ¿Sara, ahora sí dirás a dónde vamos? - pregunto impaciente, colocando los brazos en los dos lados de los asientos.

- Aún no - responde misteriosa - apóyate en el espaldar y ponte el cinturón.

Hago un puchero y acato su orden, porque simplemente no lo dice, no me gustan las sorpresas, siempre están acompañadas de algo malo.
Aunque Sara aún no diga nada y solo esté chismeando con la señorita Jennifer, no se me borra la felicidad. Mientras nos dirigimos al lugar misterioso, Mota se sienta en mis piernas y nos concentramos en mirar por la ventana de mi lado derecho. La zona comercial está repleta de personas, muchas familias pasean felices por las aceras, niños y jóvenes acompañados de sus padres tienen una vida tranquila y normal.
Sara me observa por el retrovisor, al mirarla le sonrío. Cuando la conocí, estaba muy mal herida y me retuvieron un buen tiempo en el hospital al norte de Mina. Intenté escapar muchas veces, no obstante Sara siempre me encontraba. Ella era un enemigo muy fuerte y aterrador, casi nadie tenía la capacidad de encontrarme con tanta facilidad. Víctor, al haber sido mi maestro, era el único que podía hacerlo. Llegué a pensar que esa mujer tenía alguna similitud con él. En mi último intento de escape ya no pude soportarlo más, la paranoia debilitó mis piernas y al no tener posibilidades de escapar de su amenaza, solo cerré con fuerza mis ojos, a la espera de un fuerte castigo. Pero en vez de eso, esa mujer con vestimenta militar y mirada gentil me hizo recordar la calidez y el amor de una madre, acariciando suavemente mi espalda mientras me hablaba con dulzura. No me hizo convencer, ya que continuaba evadiendo la y aún así, Sara no se daba por vencida, me seguía y sigue tratando con cariño.

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