Noche Antes De...

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DANIELA

Salgo de mi habitación tan rápido como el proyectil de un fusil SR-25 al escuchar a Sara en la planta de abajo.

—  ¡Sara! — grito abalanzándome sobre ella.

Ya se encontraba lista con la señorita y Alférez sirviendo de barrera detrás de su espalda, evitan que mi brusco brinco la haga caer al suelo

— Dime que estás bien — le suplico, no dejo que me responda, procediendo rápidamente a analizarla la rodeo revisando su condición física.

—  Sí, estoy bien, deja de preocuparte, pareces mi mamá — increpa burlesca.

Detengo mis movimientos y al mirarla con ojos de cachorro, le provoco ternura.

— No me molestaría serlo — pronuncio como la niña mimada y consentida que Sara convirtió.

— Ya, mi bebé llorona — apretando mis mejillas, me deja avergonzada con sus mimos.

Me aferró a la única persona que aún, conociendo a la verdadera Daniela, no le produce temor o desagrado.

— No lloro y… no soy una bebé — protesto lloriqueando, recargando mi cabeza en su hombro.

Olfateo su leve fragancia de lirios combinada con el olor fuerte y penetrante de la pólvora quemada. Me alivio al no percibir ese aroma aterrador que me mantuvo acurrucada en mi cama.

— Claro que lo eres — dice tiernamente, besando mi cabeza — mi heroína bonita.

—  ¿Heroína? — pregunto, limpiando mi rostro.

— Gracias a ti se evitó una gran tragedia y sabes, el general Castañeda ¡me va a regresar mi salario! — alza los brazos con alta euforia.

— ¡En serio! — chillo con grato entusiasmo, ladeo mi cabeza confusa al percibir en sus ojos claras señales de preocupación y temor. ¿A qué se deberá si es una buena noticia?

— Felicidades, Sara — exclama la señorita, limpiando con delicadeza la comisura de sus ojos.

— Ahora sí podré comprarte todo lo que siempre quise — me aprieta más fuerte — empezando con vitaminas en forma de osito, ¿quieres vitaminas en forma de osito? — consulta estripándome.

—  Sí, eso suena bien pero… ¿podrías soltarme? Siento que se me van a salir las tripas.

— Lo siento, bebé — sonríe y se ríe a carcajadas.

Me recargo en el sillón para recuperar aire. El volverla a escuchar reír y ponerme en vergüenza delante de los demás me siento con suerte de tenerla de regreso, sana y a salvo. Siempre estaré dispuesta a protegerla como ella me protege a mí. Sino fuera por el hecho de que tengo prohibido implementar la violencia y si no fuera débil a la sangre, no me importaría pagar las consecuencias al volver a retomar el rol del ángel de la monstruosidad y la penumbra, solo si eso prevalece, esa única vida que me da miedo perder.

— Me alegra volverla a ver  capitana — dice amablemente  Alférez.

— Muchas gracias, cabo, y también gracias por cuidar de mi pequeña — le sonríe con plenitud, haciendo que él se sonroje.

Aclarando su garganta y agachando la cabeza, trata de ocultar su penosa exaltación.

—  Es mi deber, capitana — lucha por recuperar su postura — me retiro, que tengan excelente noche.

— Igualmente — le corresponde su despedida, Alférez nervioso sale de la casa.

— Ay, Sara, si que los tienes loquitos a todos — comenta la señorita entre risas acompañándola, yo también rio.

Sara puede ser aterradora, pero también es muy coqueta.

—  Solo fui amable — se excusa.

— ¿Y también lo fuiste con el teniente Gómez? — le pregunta con picardía. Las mejillas de Sara toman el color de los tomates del refrigerador — por cierto, ¿ya te llamó?

— Sí — responde, tapando su boca con su mano, manteniendo oculta la demostración de felicidad en sus labios. Pero no oculta la iluminación de su rostro.

— ¿Y que te dijo? — insiste en querer saber la señorita.

— Me dijo cosas — contesta como toda una adolescente tímida.

¿Qué será esa expresión de Sara? ¿Es la mirada de una mujer enamorada? La señorita parece entenderlo, no obstante, para mí es confusa. Tal vez si le echo ganas y leo las novelas juveniles de Sara podré entender qué está ocurriendo delante de mí.

Con los ánimos por las nubes, preparo la cena acompañada de la señorita Jennifer, quien prepara un excelente puré de papas. Sara se encuentra en su habitación aseándose, sus ropas llegaron manchadas de polvo y suciedad, al igual que su rostro.Se avergonzó un poco mientras aún se encontraba en la feria; los medios periodísticos no dejaban de enfocarla. Tal vez esa fue la preocupación que percibí antes. No debería atormentarse por cómo se veía; a los demás no debería importarles cómo luce cada individuo.

— ¿Ya te sientes mejor? — le consulto a Sara, colocando sobre la mesa su cena: arroz con verduras y pollo desmenuzado, acompañado del puré de la señorita Jennifer.

— Uy, sí — responde relajada —. Tenía suciedad hasta en mi cabello.

— Sara, colócate ropa más acorde — le recrimina la señorita, saliendo de la cocina con vasos de té en una bandeja.

—  Estamos entre mujeres, además, solo es un camisón — se excusa.

— Pero demasiado corto, recuerda que hay cámaras y los soldados nos observan — le regaña.

— Ya lo sé — tomando asiento en el costado de la mesa, arrastra los platos de la cabecera y los coloca enfrente suyo.

La cena se ve estupenda.

Tomando asiento al igual que la señorita a mi lado derecho, comienzo a devorar el arroz y lo demás. El haber estado con los sentidos activos todo el tiempo, estoy cansada y hambrienta.

— ¿Siempre se viste así? — me consulta la señorita cerca a mi oído.

— Sí, una vez salió desnuda de su habitación — respondo inocentemente.

— ¡Desnuda! — vocifera aterrada.

— No estaba desnuda, estaba en ropa interior simplemente.

— ¡¿Simplemente?! — inquiere agobiada.

— ¿Qué tiene? Tengo buen cuerpo y no tiene nada de malo mostrarlo — se justifica. La señorita luce pálida —.¿Nunca has ido a una playa nudista? — la sorprende con su pregunta.

— Claro que no — contesta avergonzada.

— ¿Y no quieres ir? —  inquiere, riendo a carcajadas. Sara es muy mala; ha colocado nerviosa y colorada a la señorita.

— No deberías ser tan mostrona — le reprocha — ¿Qué pensaría el teniente Gómez?

— ¿Porque crees que le gustó?

—  Tal vez sea la misma razón por la que a ti te gusta más

Su comentario deja en jaque a Sara. La señorita sonríe victoriosa; al fin le ganó una.

Yendo a la cocina, me sirvo más. Es extraño que en la casa haya tanto ruido. Me gustaría que siempre fuera así; el silencio provoca que recuerde lo que no debería. Los sonidos de las metralletas y bombas me hacen aterrar. Sara a menudo me encontraba acurrucada en una esquina de su habitación, llena de terror. Las risas y la habladuría de cosas corrientes me hacen desear que siempre sea así. Terminando el poco arroz que queda en la cacerola, le doy a Mota su cena. Al volver después de su siesta, él también está cansado. Fue un día de mucha actividad para ambos.

Me acerco a Sara, dándome un beso me da las buenas noches. Me desea que tenga lindos sueños. También me despido de la señorita, quien me sonríe y me desea lo mismo. Aún está temprano, pero ya no aguanto más. El que anoche no durmiera casi nada me hace desear devolverle al fastidio del coronel Izei las pesadillas que su molesta presencia me provocó. Y ahora, mañana, estoy obligada a volverlo a ver, al igual que todos esos molestos oficiales.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora