Mi Pequeño Amigo

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DANIELA

Al terminar mis deberes de la escuela en el escritorio de mi habitación, dejo los cuadernos y libros a un lado y me levanto de la silla lanzando un gran bostezo.

— Quiero un té — me incorporo y salgo de mi habitación.

De la alacena más alta, saco una caja de té verde. Es lo único que ceno, no me da mucho apetito cuando estoy sola en casa. Sara suele regañarme por ello, siempre me recuerda que debo estar ingiriendo alimento cada tres horas, debido a que la falta de carbohidratos y grasas haría que mi peso baje considerablemente.

De niña, no me daban alimentos considerados “normales”. Mi dieta se basaba en comer a diario una bola de textura viscosa, de sabor amargo y de color marrón. Tenía las suficientes proteínas como calorías para mantenerme activa y fuerte, pero al ser bajas en grasas esenciales, mi peso era menor al que debería ser. También contenía mucha vitamina K, ayudándome a tener suficientes anticoagulantes. Me daba la ventaja para completar las tareas que me encomendaba y me daba el tiempo para volver a su lado.

Después de prepararme el té, me tumbo en el sillón de la sala y prendo la televisión. Hay muchos canales bloqueados. Por ejemplo, no me entero de lo que sucede en la localidad o en el exterior, y me parece bien. Debo estar enfocada en lo que ahora importa: mis estudios. Aunque en la escuela suelo escuchar sobre la delincuencia que tiene azotada varias zonas de la capital o a varios distritos del país, sin embargo, es algo simple. Pequeños grupos haciendo actos de rebeldía como robar a personas, pequeños lugares de comercio o bancos. Nadie coloca bombas terrestres o a control remoto como normalmente conocía. Emboscadas a las fuerzas públicas eran actividades que se daban casi a diario en el departamento de Mina.

A Víctor le daba regocijo cada vez que un auto militar o civil volaba por los aires. Al pasar varios canales con la pantalla azul claro y la palabra “bloqueo parental” en letras blancas, uno deja mostrar una película de acción. Esas son mis favoritas, y más si son de artes marciales con un actor que nunca imaginé llegar a enamorarme: el gran Jet Li. Sara me da permiso de verlas con la promesa de meñique de que no debo imitar nada de lo que se muestra. No es necesario imitarlos, yo sé perfectamente cómo romper brazos, piernas y torcer cuellos. Inocentemente, se lo hice saber. Siendo un error, se enojó y me castigó sin televisión por todo un día. Eso provocó que le hiciera un berrinche y le gritara que era "mala". Por supuesto, se enojó mucho más y, por ende, triste. Aún recuerdo el sonido del azote de la puerta de mi habitación al cerrarla con rabia. Fue muy aburrido. Permanecí allí mirando el techo boca arriba sobre mi cama. El sentimiento de culpa me hizo comprender mi mala acción y entender que debo pensar antes de hablar, ya que hay cosas que para los demás no está bien. Aprendí mi lección y le pedí disculpas por haberle gritado. Sus ojos tristes al decirle injustamente que era mala me hicieron sentir tonta, al estar acostumbrada a recibir malos tratos sin importar lo que hiciera. Sara me agobió al escucharla chillar lo tierna que soy al pedirle disculpas. Me llenó el rostro de colorete y mis mejillas quedaron rojas. Sara suele ser muy cariñosa y empalagosa, muy diferente a quien antes solía decir que era mi padre, con quien solo recibía castigos y tareas atroces.

Sigo repasando los canales y, al fin, me detengo en el más genial de todos: el canal de cocina con mi chef favorito, el señor italiano de Italia, Alessandro Longhi. Suelo imaginar que estoy en su programa, actuando como su asistente. Sara me dice que debo soñar en grande, así que mientras preparo los alimentos para ella y a veces para mis custodios, actúo como si estuviera en esos programas, en mi propio programa de cocina.

El chef Alessandro preparará un platillo típico portugués. Rápidamente, subo a mi habitación y vuelvo a bajar con una libreta y un lápiz.

Mientras anoto bien claro la receta en mi libreta, me percato de que los soldados asignados para mi vigilancia hacen sus rondas alrededor de la casa. También se encuentran por la parte de atrás. Las cámaras no son suficientes para ellos, deben estar seguros de que no logre violarlas y salirme con lo que ellos creen que es mi plan: escapar. Son unos tontos. Sara también lo cree. Me llena de satisfacción saber que Sara comprende lo que realmente pienso, o tal vez se le hace fácil, dado que ahora ella está a cargo de mi crianza. Está creando a alguien a su semejanza. Sé que está mal, debería forzar mi propia personalidad, pero eso significaría que repetiría acciones al ser lo único que aprendí en mi niñez. Al fin, la vida me dio una persona correcta a quien imitar sin dañar a nadie.

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