Mi Interior Siniestro

10 5 0
                                    

Después de un rato nos cruje el estómago y decidimos comer algo que Sara llamó “banderitas”. Sentadas en una de las sillas al lado de una fuente de agua. Me devoré cuatro y Mota dos.

— ¿Quieres más? — pregunta Sara, al ver que acabé la última banderita.

— Sí, están deliciosas — respondo.

Sara me da más dinero para ir a comprarlas. Me doy cuenta de los soldados que nos custodian a lo lejos. Al ser mediodía, deben de estar bastante hambrientos. Le pido más dinero y camino hacia una de las pequeñas tiendas de comida.

—Hola, ¿me vendes nueve banderitas, por favor?

— Claro, chica — responde la señora vendedora.

Me quedo mirando cómo las preparan. Debo guardar esa receta para hacerlas en casa. Mota también se interesa, con sus patas delanteras sobre mi hombro, está ansioso por comer otra. Después de un rato, me alcanza una bolsa de papel con lo que le pedí, saco una de ellas y se la doy a Mota, que corre al lado de Sara.

— Muchas gracias — le sonrío y me dirijo hacia donde están los soldados.

— Hola, nena — en el camino, un joven alto, de cabello negro y ojos marrones se interpone. Ignorando su grosero saludo, lo esquivo, pero no hace que desista —. Pero no te vayas, nena, ¿estás solita? ¿No quieres venir conmigo y unos amigos?

— No y puedes hacerte a un lado. Necesito pasar — respondo con seriedad.

— ¿Por qué te pones tan difícil? Las chicas guapas como tú no deben ser amargadas. Ven con nosotros, te prometo que te divertirás mejor que aquí — se acerca, invadiendo por completo mi espacio vital.

— He dicho que no y déjame pasar, por favor — trato de ser lo más amable posible para evitar una confrontación, y más sabiendo que los soldados me observan.

El molesto tipo se hace a un lado. Trato de seguir mi camino cuando toma mi brazo y lo aprieta con fuerza.

— Ninguna chica me ha rechazado antes y no serás la primera chiquilla

Qué imbécil, se ha convencido de que hablarme amenazante me hizo desarrollar temor. Me mantengo tranquila a pesar de mis ganas de tomar su brazo y torcérselo. Sería tarea fácil, aunque tenga una contextura gruesa, tomar su muñeca y rompérsela en cuestión de segundos mientras grita. También podría hacerlo y sería reconfortante, su sonrisa y su mirada reflejada de placer al pensar que me tiene a sus pies, solo porque me ve como una pequeña gatita, me da risa. Pobre iluso, no sabe de la pantera que realmente soy. La presencia de los soldados es cada vez más grande bajo mi guardia y mis deseos, "qué tristeza se arruinó todo y yo que quería tener un día de esparcimiento y normalidad"

— Parece que nadie vendrá a ayudarte — sonríe con malicia — Tranquila, nena, actúa normal y no tendré que usar la fuerza — su maldito aliento a cigarro me provoca náuseas — hay un lugar exclusivo donde deseo llevarte, te prometo que en cuanto acabemos te daré ventaja para que corras, si es que te queda energía para hacerlo — ríe suavemente.

Mi estómago se contrae y le clavo una fría mirada. Esas malditas palabras son casi las mismas que me decían esos cerdos. En reacción, tomo su muñeca y comienzo a apretar. Si este maldito dice eso con tanta naturalidad, significa que ya lo ha ejecutado. Eso me da ira. ¡Ha atacado a niñas indefensas e inocentes!

Puedo ver al fastidioso tipo tornarse de un color verde. Al apretar más fuerte, su mano se coloca morada, arquea de dolor y asombro, combinado con mi emoción favorita; horror. Cada vez más veo a ese maldito convertirse en una pequeña hormiga fácil de aplastar. Trata de zafarse de mí, pero se lo impido al clavar mis ojos de muerte con los suyos ya enrojecidos y lagrimosos.

— ¡¿Qué cree que está haciendo?! — interpela el más maduro de ellos. Bajo mi mirada para no intimidar más al conejo, qué tonta he sido al permitir que mi ira de nuevo controle mi juicio — ¡¿Es que acaso no escucha, hombre?! ¡He dicho, ¿qué está haciendo?! — habla con aseveración. Levanto mi cabeza y frunciendo el entrecejo miro confundida al soldado al comprender que no se refería a mí cuando hizo la pregunta.

— ¡Suelte a la niña! — ordena otro de ellos.

Al apaciguar mi hostigación , el sujeto recapacita y se da por enterado de los militares que se encuentran mirándolo con enojo, los amigos a los que se refería ya no están, han huido cobardemente. Mirándose la mano, está poco a poco vuelve a su color natural, tembloroso se las palpa y lentamente sube sus ojos a los míos, diferentes y completamente serenos. No me quita de su mirada, más confundido que yo, se trata de convencer que lo vivido anteriormente fue una ilusión creada por su propio cerebro. Los soldados lo toman fuerte de la chaqueta y lo alejan de mí.

— ¿Está bien? — pregunta afable. Le respondo afirmativa con la cabeza.

— Parece que ese idiota es el que no va a estar bien. Creo que se orinó en los pantalones — suelta una enorme risa el más joven de ellos al volver después de dejarlo a cargo de la policía de la feria.

— ¡Alférez, haga silencio! — le ordena estrictamente.

— ¿Daniela, estás bien? — consulta Sara acercándose deprisa. Puedo ver a la señorita Jennifer muy asustada.

— Sí — respondo suavemente.

— Ese imbécil te dejó el brazo rojo — exclama enojada revisando mi brazo — perdóname, hermosa, por no acercarme deprisa — colocando mi cabeza en su hombro me susurra: — descuida, mi amor, estoy segura de que algún día podrás controlarlo — con un beso en mi cabeza deposita su fe — gracias.

— No hay de qué, capitana, es nuestro deber preservar la seguridad de la niña Daniela — dice el soldado.

¿Preservar mi seguridad?, no se supone que están para acatar la orden si repito acciones, no iba a hacerlo, sin embargo, era un hecho claro de que eso se estaba presentando. No es necesario salpicar el lugar de sangre para tomar una insignificante vida y aún así ellos tomaron la decisión de defenderme, o quizás lo hicieron para impedir que yo lo matara y así no cumplir con lo pactado. No, ellos no pueden hacerlo incumplir una orden directa. Tiene como secuencia la expulsión y la prisión.

— Tengan, los compré para ustedes, deben de estar hambrientos — estiro la mano con la bolsa de banderitas.

Mi objetivo era dárselas, pero no con una sonrisa.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora