Mi Niña

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Apago la alarma a tiempo para evitar despertar a Daniela. Fue una noche difícil; casi no logro calmarla, logrando conciliar su sueño hace apenas unas horas. Las fuertes pesadillas la hacían gritar y jadear, lanzando puños y patadas para defenderse entre sus sueños. Recibí varios golpes, por fortuna pude evitar que me impactara en el rostro. Si llego a ser vista por los custodios o terceros relacionados al caso de Daniela con moretones, marcas en el rostro o cualquier otra parte visible del cuerpo, informarían de inmediato a los superiores, lo que acarrearía que en la auditoría decidieran enviar a Daniela a un reformatorio. Sé que nunca han tenido en cuenta enviarla a una casa de acogida. Si lo hicieran, los demás chicos "estarían en peligro". Un reformatorio lleno de guardias de tamaños de gorilas aseguran que es lo que Daniela necesita para ser retenida. No aprendieron nada de la última vez que fue enviada a donde esos "reformadores" que espero que nunca vuelvan a ver la luz del sol. Reviso su pulgar; el sangrado, por fortuna, se detuvo. Fue un corte profundo. La recuesto cuidadosamente en la cama, dado que toda la noche la tuve que mantener alzada. Salgo de mi habitación y bajo a la sala. Veo sobre la mesa del comedor la cena que Daniela preparó para mí. Una noche que pudo haber sido tranquila y llena de risas se volvió una catástrofe sin precedentes. Fue planeado por el coronel, eso es bastante claro. A eso volvió al país ese malvado, su propósito no ha cambiado, anhela seguir con sus planes de demostrar que según él, Daniela sigue siendo la misma niña de hace tres años, sin autocontrol y agresiva. Entiendo que tenga odio en su corazón por culpa del daño que Victor Polay le causó a su familia, pero no comprende que Daniela no tuvo nada que ver. Si es verdad que Daniela asesinó a muchos, tanto rivales del grupo guerrillero como políticos y militares, pero el coronel está tan envenenado de rencor y rabia que no se esfuerza en pensar con claridad. Daniela también fue una víctima más de ese malnacido que arde y sufre en el infierno. Se aprovecha de su rango de coronel y de ser el mayor de la familia Zaharie para hacer literalmente lo que se le da la gana, me llena de trabajo obligándome a realizarlo en el comando cuando perfectamente puedo hacerlo en casa. Me mantiene alejada de Daniela para hacer sus fechorías. Me gustaría gritarle que está actuando al igual que Victor Polay, pero si lo hiciera, sería mi acto final. Se convertiría en un ogro mucho más colosal, perdería mi cargo y haría posible mi baja del ejército y mi niña quedaría en sus manos junto al teniente general Chen. Esos dos son una plaga, si bien son excelentes en sus trabajos, aunque me asquea admitirlo, no conocen de segundas oportunidades. Son despiadados con aquellos que rompen las reglas de una sociedad civilizada. Así ha sido todo el tiempo el teniente general, en cambio el coronel era de buen corazón mucho antes de perder a su esposa y padre. Nunca llegué a pensar que algún día odiaría al coronel Izei. Debí haber tomado muchas botellas de brandy al desarrollar un sentimiento de admiración por ese hombre. Salgo de la casa, mi auto está sobre la acera. Los soldados lo movieron. Salí tan deprisa del auto que incluso lo dejé encendido. Saco mi mochila, las llaves y vuelvo a entrar a la casa. Estoy tan enojada que ni saludo a los vecinos que pasan. Coloco mi laptop en la mesa y reviso las grabaciones de la noche anterior. Aprieto mis nudillos al ver a mi bebé tan alegre preparando la cena y arreglando la mesa, quedo tan linda al colocarse su vestido favorito. Me demuestro un poco sorprendida por la manera en como manejó gran parte de la situación. Parecía no dejarse intimidar por el coronel.  

— Así que los nervios le jugaron una mala pasada y terminó cortándose sin darse cuenta — suspiro al no haber podido estar presente para evitar que se le provocara una crisis.    

Cuando Daniela dijo que quería aprender a hacer las recetas de la televisión, tuve que estar al pendiente para evitar que se lesionara. Su capacidad de sensibilidad es nula y no siente cuando se corta o los rasguños de Mota al jugar rudo con él. Cuando suceden ese tipo de cosas, le tapo deprisa el rostro. Si ve, huele o saborea la sangre, la hematofobia la destroza, tanto física como mentalmente, volviéndose un mar de nervios.

— ¡Maldito desgraciado! — exclamó enojada. El coronel aprovechó ese momento de vulnerabilidad para mortificarla más. Hace que muerda mis labios —. Algún día, bastardo, va a tener que rendirle pleitesía a mi niña — cierro con fuerza la pantalla y recojo los platos.    

Los dejo en el fregadero y tomo un trapo para limpiar la sangre del suelo y de las puertas de las gavetas de abajo. Salpico la sangre por todos lados, estoy muy enojada, pero debo ser consecuente. Aunque ese ser despreciable no fue el que le causó la herida en su pulgar, sí fue el culpable de provocar una herida más en su interior. Es una lástima que eso le importe un bledo a los demás, al no querer considerar que también es un daño a su estado físico. Solo se hacen los ignorantes y al ser la mayoría los contradictores de la rehabilitación de Daniela, se le hace difícil al general poner orden. Él también está luchando contra las injusticias que recaen sobre mi pequeña, pero son más los opositores que los que estamos a favor.    

Al terminar de limpiar, escucho mi teléfono celular sonar, soltando un gruñido. Lo tomo de mala gana.                          
             
— ¡¿Quién es y qué quiere?! — increpo, alzando el tono de voz, arriesgándome al ignorar de quién podría tratarse.  
               
— ¡UY!, perdón Sara, ¿llamé en mal momento? — al disculparse como si fuera el único factor a la paz mundial, caigo en cuenta del sujeto detrás de la línea.     

— Hola Jennifer — coloco el teléfono en mi hombro, lo aplasto contra mi oreja y me acerco al fregadero.                      

— ¿Qué sucedió? ¿Estás discutiendo con Daniela otra vez?           
                                          
— No es por Daniela, bueno, sí es por ella, pero no es porque hayamos discutido. Es debido a la inesperada visita del coronel Izei — menciono su nombre con inmadurez — me hizo atrasar para venir a fastidiar a mi bebé.

— ¡Qué malvado! — exclama en un susurro.                    

Resumiendo lo sucedido, omito lo que desearía hacerle al maldito coronel. No obstante, Jennifer sabe cómo funciona mi cerebro y mi carácter despiadado, no es necesario decirle directamente mis más grandes deseos.

Secando mis manos con el delantal, salgo de la cocina y observo la puerta de mi habitación desde la mitad de la escalera, volviendo a dirigirme a la cocina.        
                                  
— Aun está dormida — comento con pesar, pero un tanto aliviada.                      
                        
— ¡Cómo lo siento, Sara!      
    
— Ya había avanzado y de nuevo tuvo una recaída — la esponja se deforma al presionarla con rabia, la lanzo al bote de la basura y la miro, imaginando que es el rostro del bastardo del coronel.                          
                   
— Sabes que no puedo decir ciertas cosas, pero si necesitas que vaya o ayude en algo, siempre cuenta conmigo.           

— Gracias, Jenny — muevo mis pies al sentir al nuevo habitante de los calabozos del comando —. Mota abandonaste a Daniela — frunciendo el ceño, le reprocho, lo levanto del cogote, no se mueve, sabe que no debería cuando estoy molesta — ¿Qué clase de hijo eres? — le increpo.                         
                    
— Sara, no seas mala con Mota, es posible que el coronel lo asustó — comenta, dejándolo en el suelo, el condenado se baña con su lengua — ¿Y qué harás para levantarle el ánimo a Daniela?                       
                      
— Aun no lo sé — respondo, frotándome los ojos, no tengo ni la mayor idea de como  devolverle la  sonrisa a mi niña y es raro que no tenga ideas. ¿Se debe a que no he dormido?

—Mota podría ayudarte después de todo, es un animal de apoyo — no sabía que Jenny hacía bromas y yo que creía que era una chica seria y abandonada.  

— ¿Será verdad? — pregunto incrédula.       
                                   
—Tú puedes — dándome ánimos, fracasa, no estoy de humor.              
                
Terminando la llamada, alzo al animal con varios cargos en su contra. Si existen abogados para gatos, Mota necesitará uno con urgencia, ojalá mis esposas no fueran tan grandes, abriendo la puerta de mi habitación. Daniela está sentada tocándose la cabeza.   
                                        
—Bebé, ¿qué haces levantada?

— Me duele la cabeza — contesta en tono bajo, cayendo el gato al suelo. Me acerco a buscar su medicamento en la gaveta de mi mesita.

El Orígen De Mí Destino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora