Aroma (Neuvilette x Wriothesley)

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Los gustos muchas veces no eran instintivos o disfrutables a la primera vez, sino que necesitaban trabajo, requerían de tiempo y acostumbramiento para que finalmente fueran apetecibles.

En el caso particular de Neuvillette su paladar delicado solo aprobaba comidas con pocas especias, variedad de quesos o tofu con poca intensidad y agua. Para ser un alfa su dieta era muy alejada a la casta, no consumía carnes ni grasas, aquello hacía que sus feromonas solo se pudieran percibir por personas con un buen olfato o que realmente estuvieran interesados en tener alguna relación con él.

Por ello el gusto adquirido no funcionaba para el de cabello largo, no obstante con el paso de los años logró tener un olfato adquirido gracias a sus experiencias con Wriothesley.

El duque era un alfa con una fragancia peculiar el cual aunque en un inicio se le hacía muy invasivo y abría las ventanas cada vez que estaban en una reunión, poco a poco fue sintiendo atracción por su aroma seguramente ligado a que estaba desarrollando sentimientos románticos hacia él.

El hombre de brazos fuertes había entrado en su corazón sin permiso, pateando la puerta y buscando llamar su atención, sorprenderlo cada vez que se veían y que quisiera más de él, seguramente para saber si lo llamaría bajo excusas o tal vez solo era parte de su personalidad avasallante que lo había tomado por sorpresa, una grata.

El hombre de traje azul suspiraba cuando no lo veía en el palacio, en muchas ocasiones pasaban meses sin verse y aunque el juez podía rememorar cómo era el aroma de ese hombre lo cierto es que deseaba poder hacerse con algo que fuera similar ya que incluso si éste dejaba su aroma marcado en los sillones o en su propia ropa, Neuvillette al ser también un alfa casi que instintivamente mezclaba las feromonas debido a sus sentimientos y más pronto que tarde la fragancia pura impropia se desvanecía por lo que requería una forma ficticia de recrear su aroma.

Primero intentó con perfumes, notas de sándalo, de roble, sin resultado positivo, duraban poco y a lo último su nariz se acostumbraba tanto que luego no olía nada. Lo contrario pasó con los aceites corporales, éstos duraban demasiados días, moriría de vergüenza si Wriothesley se percataba de lo que estaba haciendo, por ello fue descartado.

El método de sahumerios o sales de baño le hacían arrugar su nariz puesto había algo en la composición que le generaba comezón y lo hacía estornudar durante toda la jornada, lo cual era bastante molesto en su trabajo.

Tardó varios meses en dar con el método adecuado para recrear el aroma del alfa; una vez estando a su lado, reposando su cabeza contra el pecho impropio el hombre le ofreció de su colección privada de té y prestó mucha atención a cómo lo preparaba, sintió curiosidad por las hebras utilizadas, porque el duque tenía hasta la temperatura justa del agua, sobre todo porque el aroma era embriagador.

Así fue como Neuvillette comenzó a instruirse a base de libros sobre el arte de servir té como una disciplina de refinamiento.

Aprendió a que la temperatura del agua debía de ser entre noventa y noventa y cinco grados Celsius, que ésta no debía sobre-hervirse o le quitaría el oxígeno, también que debía ser fresca y no mineral porque contiene sodio y potasio que afectan la calidad de la infusión.

Llegó un punto en que por simple placer él se encargaba del proceso de la molienda de las hebras y del secado y selección de la materia prima. Más que un trabajo lo había hecho como una actividad que lo distraía y por supuesto lo llenaba cuando no podía citar a Wriothesley a su oficina por un periodo extenso de tiempo.

Aquel día dejó los papeles apilados y acomodados en su escritorio para acercarse a uno de los muebles donde tenía los elementos que utilizaba en la hora del té. Hirvió el agua, la puso en una tetera especial adornada con flores azules y tomó un tarro hermético que cuidaba la calidad de las hebras, pesó dos gramos exactos antes de colocarlos en el infusor dejándolo reposar en la tetera por algunos minutos.

Apenas se sirvió una taza de té el agua caliente levantó un suave vapor que se filtró por sus fosas nasales haciéndolo sonreír. Después de tantos años finalmente había encontrado el método perfecto para recordar las feromonas de ese hombre que tanto amaba.

Con tan solo ese aroma sus recuerdos se reavivaron, cada beso que se convirtió en tormenta de verano, cada discusión que los enfrió, cada risa por los malentendidos o situaciones nuevas o incluso sus momentos de preocupación que le impedían respirar.

Todo lo que le recordaba al alfa del fuerte estaba guardado en un tarro como si fuera su propio corazón.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por una melusina que golpeó la puerta para anunciar la visita.

— ¡El alcaide ya está aquí!

El alfa deslizó sus falanges por el borde de la taza.— Gracias... Dile que pase...

A los pocos segundos la puerta se abrió.

— Monsieur Neuvillette... con su permiso... — Olfateó.— ¿Está bebiendo té? Aquí siempre huele muy bien...

El hombre que había cruzado la puerta no era Wriothesley, sino el Alcaide actual del fuerte Merópide, hacía largos años atrás que el hombre de los puños de acero había fallecido, pero Neuvillette no había vuelto a sentir calidez por nadie más.

No importaba cuantos centenares de años viviera, el aroma del hombre que amo estaría por la eternidad a su lado, eso era más que suficiente para él. 

Omegacember 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora