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Era de noche y la luz, extrañamente, estaba apagada. La luz de la luna, acompañada por los faroles de la calle, iluminaba la habitación de tonos azules. Nunca se había sentido peor, al desabotonarle un hombre la blusa. De a poco, iba desnudándose su espalda. Como de costumbre, no llevaba sostén que la protegiera un rato más. Se permitió llorar en silencio, con lágrimas gruesas, ya que no le veía la cara.

—Eres exquisita —murmuró la voz masculina, en su cuello.

Aquello sólo la hizo llorar más.

—Lo siento —sollozó—, no puedo —añadió levantando su blusa del suelo y volviendo a colocársela.

—¿A dónde vas? —preguntó él, tomándola fuertemente del brazo.

—Lo siento, no puedo —insistió ella, con la máscara de pestañas diluyéndose en sus mejillas.

—¡Pagué por esto! ¡Déjame decirte que no eres una ganga! —bramó, presionando su brazo hasta hacerla doler.

—¡Déjame ir, te devolverán el dinero! —gritó en respuesta.

Como él no parecía querer soltarla, Lola se quitó el zapato alto y lo golpeó tan fuerte como pudo con el tacón, en el brazo que la apresaba.

Él apretó el puño y la golpeó en el rostro con tal fuerza, que Dolores creyó que perdería el ojo. Tomó su pequeño bolso y corrió fuera de la habitación, antes de que él procesara lo que acababa de ocurrir.

Bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora