Entre dormido y consciente, Mauro daba vueltas en la cama de dos plazas que monopolizaba casi por completo su habitación. Tardó varios minutos en darse cuenta de que las campanas que sonaban en su cabeza eran, en realidad, el timbre. Sonaba intensamente, de forma repetida, logrando despertarlo con los ojos ardidos. Tomó el celular para observar la hora y, no sólo descubrió que eran las cuatro de la mañana, sino que notó que tenía diecisiete mensajes sin leer.
Se dijo que los mensajes podían esperar y se levantó, para ponerse los pantalones jogging que siempre dejaba junto a la cama. Descalzo, cruzó su dos ambientes de planta baja y abrió la ventanita de la puerta.
Al ver el rostro sangrante e hinchado de Lola, se le cortó la respiración. Le tomó un segundo reaccionar. Destrabó la puerta y giró la llave dos veces, antes de abrir y correr a su encuentro. Ella lloraba y él no comprendía qué estaba sucediendo —no que fuera demasiado importante—. Había una gran valija en el suelo, que tomó con la diestra, antes de alzarla y entrar con ella en brazos.
Tiró la maleta en la entrada, cerró con el pie la puerta y la acostó en el sillón. Volvió a cerrar cada traba y corrió a la cocina por bolsas de hielo.
Al cabo de segundos, Lola estaba siendo examinada por él, que sabía primeros auxilios y algo de una carrera de medicina que había abandonado por la mitad, en sus años juveniles. Horrorizado, contemplaba a la dueña de sus afectos, luego de que la molieran a golpes.
Tenía que llevarla a un médico, pero ella no quería.
—No es la primera vez que me pasa —insistía.
—¿No es la primera vez que te pasa qué? ¿Quién te hizo esto?
Mauro quería llorar de impotencia, no toleraba no poder protegerla todo el tiempo. No podía vivir con la idea de que ella fuera víctima de tales tratos.
—No puedo decírtelo —lloró Lola, tanto por el dolor de los labios partidos y el rostro golpeado, como por guardarle secretos.
Él la miró con ojos mansos, dulces. Le acarició el cabello y se permitió un par de lágrimas.
—Ya sé qué pasa, no me importa —ella abrió los ojos de par en par, en respuesta.
No era posible que supiera.
—¿De qué hablas?
—La maleta, los golpes, el misterio de qué haces cuando no estás conmigo... Hace tiempo sospecho que eres la amante de algún millonario violento —ella lloró aún más, con congoja. Mauro le acarició el rostro deformado por la hinchazón—. Lo dejaste por mí, ¿verdad? ¿Por eso te hizo esto? —Lola continuó llorando, desconsoladamente—. No te preocupes, tú también eres mía. No tienes que volver, puedes vivir conmigo.

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Bajo la piel
RomanceHay quién recomienda no hablar de trabajo en la primera cita. En el caso de Dolores, es ahí por donde debería empezar.