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Lola se había quedado dormida, en medio del llanto. Cuando Mauro llegó, cansado y con un sopor que ni la ducha había podido quitarle, se sorprendió al verla con tal cara de preocupación, estando ella dormida.

Al ver el teléfono inalámbrico entre las manos femeninas, rebuscó en todos sus bolsillos, para darse cuenta de que su celular no estaba en ninguno de ellos.

Suspiró, dándose por entendido, y se sentó a su lado para despertarla con suaves cosquillas en la espalda. No tardó mucho en entreabrir los ojos, pero le tomó unos segundos volver a la realidad.

Sin previo aviso, se abalanzó sobre él y se aferró a su cuello, volviendo a llorar.

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—Creí que estabas muerto —confesó, cuando él le alcanzó una taza de té.

—Pues ya ves que no —sonrió con un nuevo semblante sombrío, del cual ella se sentía responsable—. Lola, hoy hubo una emergencia en la estación.

—¿Por eso llegaste tarde? —preguntó con inocencia, a lo que él asintió.

—Tu viejo departamento estaba en llamas. No sabemos qué lo causó.

Lola supo que estaba bajo amenaza y que probablemente Nair estuviera encerrada.

—Tenemos que irnos —suspiró, tratando de calmar sus crecientes nervios.

—¿Qué?

—Tenemos que irnos —repitió, al tiempo que levantaba la cabeza y lo miraba con los ojos repletos de súplica.

Bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora