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La Santa Rita de la entrada había crecido muchísimo y hacía ver al local como un lugar encantado. Eso, sumado al intenso aroma de los múltiples jazmines, lograba transformar algunos cuantos metros cuadrados en un paraíso.

La campanilla sonó, seguida del sonido suave de la puerta de entrada cerrándose con cuidado. Dejó la tijera con la que cortaba el tallo de unas hermosas rosas color natural y se quitó los guantes, revelando unas uñas prolijas y esmaltadas al estilo francés.

Salió de la trastienda al encuentro del cliente. Cuando vio su rostro consternado, sonrió. Se acercó a él, resonando sus tacones, estiró los brazos y los cruzó por detrás del cuello masculino. Mauro escondió el rostro en su hombro y rodeó su cintura con fuerza.

Ella se sentía tan en paz, tan tranquila y despojada de dolores, que no pudo más que acariciarle el cabello corto. Él suspiró y comenzó a llorar como un niño desconsolado.

-Lo siento -pronunció, entre lágrimas-. Lo he sentido durante todo este tiempo.

-Shhh -lo calló Lola, para luego besarlo detrás de la oreja-. Fue mío el error. Te pedí más de lo que podías dar. No sientas culpa.


Bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora