Ella había insistido y, por lo general, tenía buenas ideas, pero esa había resultado nefasta. Como si no hubiera sucedido nunca nada entre ellos, estaban sentados en una banca, en medio de una plaza, comiendo helado. Lola se veía tranquila y disfrutaba de la tarde. Él, en cambio, encontraba difícil no tomarla de la mano, no decirle cosas bonitas o limpiarle la mancha de chocolate del labio con un beso.
Aún con toda esa tensión, se veía etérea y hermosa, como siempre.
—¿Me amas? —preguntó Mauro, sin poder contenerse.
Lola giró la cabeza y lo enfrentó con expresión ofendida.
—Por supuesto que te amo —respondió en voz baja—. ¿Cuándo te hice dudar?
Él volvió la mirada al frente, a la gente paseando perros y a las parejas recostadas en el césped.
—¿Por qué no me pides que la deje? ¿No quieres estar conmigo? —bramó en un susurro.
—¿Cómo podría pedirte que dejaras a Matilda? —preguntó, herida—. Explícame cómo funciona, que yo te ame y te pida que dejes a tu familia. Daría cualquier cosa por que estuvieras conmigo.
—Pídemelo.
—Porque te amo, no puedo ponerte en esa posición.
—No tienes que hacerlo. Ya estoy ahí.

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Bajo la piel
RomanceHay quién recomienda no hablar de trabajo en la primera cita. En el caso de Dolores, es ahí por donde debería empezar.