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La mujer en extremo prolija y de labios rojos perfectos le sonreía a un Joaquín de rostro cansado y ojeroso. Éste le devolvía la mirada, como quien se la devuelve a un verdugo. Desvió la atención a la rubia de anteojos de sol, que lo esperaba, ansiosa.

—Señor, ¿va a abordar? —se comenzó a impacientar la mujer—. Hay gente aguardando su turno.

Él volvió a observar a Helena, quien, debajo de los anteojos, dejaba correr lentas y silenciosas lágrimas.

Joaquín le sonrió con pesar y se apartó de la fila. Ella comenzó a llorar desconsoladamente, mientras las personas de la fila avanzaban, pasando junto a ella.

Mauro se alejó de la puerta de abordaje y arrojó el pasaje dentro de un cesto de basura, revitalizado, aliviado y con más tristeza que nunca.


Bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora