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Lola irradiaba luz. Su cabello había vuelto a estar oscuro, aunque no tanto como lo era naturalmente, y se veía suave y brillante. Cuando deslizó las manos por su cuello, para alejarse del abrazo, notó el tiempo que había pasado. Estaba ligeramente bronceada, llevaba un vestido largo hasta el suelo. Seguía siendo delgada y sus labios ya no estaban rojos. Sin embargo, era ella, cada centímetro de ella.

Tomó su zurda entre los femeninos dedos y acarició la alianza dorada. No se sentía en falta, ni juzgado, ni tampoco expuesto. Ella levantó los ojos y Mauro se vio reflejado en ellos. El fuego aún ardía detrás de sus pupilas.

Sin decir nada más, Lola puso traba a la puerta del local, acarició su mano hasta tomarla y caminó hacia la trastienda. Él la siguió sin chistar.

Bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora