Si bien Mauro nunca había transcurrido noches de lujuria arrebatada con extraños, había tenido suficientes experiencias sexuales como para considerarse educado en el tema. Sin embargo, jamás había pasado por un momento de intimidad tan intenso como el recién vivido.
Las cortinas del ventanal al balcón estaban completamente descubiertas, permitiendo que un grosero rayo de sol bañara sus cuerpos desnudos y sudorosos.
Lola no llevaba maquillaje, para variar. A Mauro le gustaba su rostro limpio, sin despreciar al decorado por cosméticos. Los pequeños pechos con forma de duraznos temblaban casi imperceptiblemente, con cada latido agitado del corazón femenino.
El muchacho observó lo que no había notado, al iniciar las caricias: la piel nívea y suave de aquella dulce joven estaba repleto de marcas.
En los muslos internos, finas cicatrices, perfectamente simétricas y parejas, parecían renglones hechos con obsesiva compulsión. En el abdomen, casi a la altura de las costillas flotantes, había quemaduras de cigarrillo. Parecían formar una flor.
Observó a Lola, quien tenía el brazo sobre los ojos, mas estaba despierta. Mauro estaba seguro.
Había otras sutiles marcas que llamaban su atención, pero se sintió compelido por la vulnerabilidad de la chica, que vivía en sus pensamientos durante las veinticuatro horas del día. Le besó el ombligo y fijó la mirada en el brazo que tapaba los ojos almendrados.
—Quisiera poder evitar que esto te pasara.
—Ya lo haces —aseguró con voz queda—. He decidido que eres mío. Quiero que seas mío.
Mauro notó la barbilla femenina temblando, bajo los labios carnosos.
—De acuerdo —concordó.

ESTÁS LEYENDO
Bajo la piel
RomantizmHay quién recomienda no hablar de trabajo en la primera cita. En el caso de Dolores, es ahí por donde debería empezar.