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El reloj de pared rezaba las seis y media de la tarde. Ya ambos estaban vestidos y la puerta destrabada.

—¿Volveré a verte si me voy ahora? —preguntó con la vista fija en la calle iluminada por el sol de la tarde.

—No me voy a ir a ningún lado —contestó, parándose a su lado, mirando el mismo punto muerto.

Él chasqueó la lengua y suspiró, para luego fregarse los ojos con el índice y el pulgar.

—Estaría mal —susurró.

—Sí... y no. ¿En dónde quedan el deber y la ética en estas situaciones? —respiró profundamente y lo enfrentó—. No tenemos que ser íntimos más que de palabra, si tú no quieres.

—No es justo que me des a elegir. Sabes que lo quiero todo. Contigo no hay grises, Lola.

Ella sonrió y se acomodó el cabello, alejándolo de su rostro.

—He sido Helena durante tanto tiempo... —con los ojos vidriosos por la nostalgia, le regaló una nueva sonrisa y lo obligó a enfrentarla—. Probemos ser amigos. Estaré para ti y para tu hija incondicionalmente.



Bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora