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Callie

No dormí absolutamente nada aquella noche.
Quise convencerme a mí misma de que solo estaba pendiente al mínimo llanto para saltar de la cama y asegurarme de que Lucifer no hubiese hecho de las suyas, sin embargo, lo ocurrido en la cocina con Devon se negaba a dejar mi mente y pese a mis intentos de olvidarlo, me acompañó a lo largo de las horas.

Cuando sonó el despertador, ya estaba vestida, había hecho la cama y me paseaba de un lado al otro intentando convencerme de abandonar la habitación y comportarme como una adulta normal y corriente.
No pude.

A las ocho, unos golpes en la puerta me obligaron a acercarme finalmente a ella y abrirla. Nicole se encontraba allí con una sonrisa en el rostro.

—Buenos días, cariño. He preparado café y tortitas. Devon está dándole el desayuno a Ashley y Lucifer ya comió también. Voy a llevarme a la niña a la guardería para que podáis desayunar antes de ir a clase.

—Muchas gracias. Siento no haber...

—No hay problema. Baja cuando estés lista.

—Tú también.

Cinco minutos más tarde decidí que no podía perder más tiempo. Por culpa de todo lo ocurrido el día anterior mi planificación diaria ya se había ido a la mierda y eso me generaba un estrés que no necesitaba.

Un gorgojeo feliz me recibió cuando entré en la cocina y no pude evitar sonreír al acercarme a la pequeña Ashley.

Anoche estaba durmiendo por lo que no me vio, pero parecía feliz de ver un rostro nuevo.

—Hola, hermosa. Soy Callie.

Una enorme sonrisa cruzó su rostro antes de extender las manitas hacia el mio y golpear las palmas contra mis mejillas.

—Le gustas.

Mis ojos se desviaron momentáneamente hacia él, solo para apartarlos y centrarme en la bebé.

—Callie, sobre anoche...

—Bueno, estoy lista. Vamos, princesa.

Nicole apareció de pronto recogiéndose el cabello mientras se dirigía hacia la sillita en la que Ashley estaba sentada y la levantó en brazos antes de llenarle las mejillas de besos haciéndola estallar a carcajadas.

—Nos vemos más tarde, chicos. Que tengáis un buen día.

Desaparecieron por la puerta poco después de que Devon se despidiera de ambas.

Se me encogió al corazón al verle darle mimos a su hija y tuve que forzarme en no seguir mirando.

Engullí un par de tortitas y prácticamente abrasé mi lengua al tomarme el café antes de enjuagar la taza, coger mis cosas y correr hacia la puerta.

Podría haberla cruzado, correr hasta mi coche y estar de camino a la universidad si la persona que estaba conmigo no fuera un jugador de fútbol, acostumbrado a correr a través del campo, y atrapando un balón.

—Callie, por favor. ¿Puedes dejarme hablar?

—Vamos a llegar tarde.

—Esto solo llevará un minuto. Además, es absurdo que vayamos en dos coches. Tenemos el mismo horario.

Bueno, eso era cierto, pero es que ese día, además, iba a compartir todavía más tiempo a su lado, no solo conviviendo en la misma casa, sino en clase y en el coche. No sabía si iba a poder soportarlo.

—De acuerdo.

—Bien, sube a mi camioneta.

Una vez que cerró la puerta de casa, corrió hasta el asiento del conductor y puso el coche en marcha.
No habló hasta que nos alejamos de la casa, como si alguien pudiese oírnos.

Imperfecto romanceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora